Hasta en la mitología sucede: ese día en el que el semidiós o titán no consigue comportarse como tal y, súbitamente, luce vulnerable, débil de piernas, falto de puntería, susceptible hasta a una de esas gripas que sólo atormentan a la desvalida humanidad.

Sí, ha hecho demasiado calor durante el US Open en Nueva York y no puede resultar sencillo jugar con una humedad superior al noventa por ciento. Sin embargo, suena rarísimo escuchar explicaciones (que no es lo mismo que excusas) en ese personaje que toda adversidad ha dominado con parsimonia, en ese genio que ha resucitado para volver a la cima, en ese talento irrepetible que en cuanto más demandante era el lance, más artístico se dejaba ver.

“Es una de las primeras veces que me sucede. Hacía mucho calor esta noche. Sentí que no podía respirar. No había circulación de aire en absoluto”, pudieron leerse los labios de Su Majestad Roger, como si Aquiles confesara que la diosa Tetis cometió la imprudencia de no blindarle el talón, al remojarlo cuando era bebé en el río Estigia.

Y es que el desafío en esa noche de martes era colosal, pero más de una generación de devotos ha partido de la premisa de que Federer lo es mucho más.

Empecemos por una conclusión que, supongo, muchos compartirán: que disputados los cuatro torneos grandes de este 2018, parece más factible que el suizo conquiste su Grand Slam 21, de lo que tras su aciago 2013 lucía su corona 18.

Dicho lo cual, varias interrogantes: ¿cuántas ganas le quedan de seguir dando vueltas al mundo y preparándose al límite?, ¿cuánto más durará su hambre?, ¿cuándo decidirá que ha sido suficiente?, ¿hasta dónde será recomendable, recordando que muchos en 2013 pensaban que no tenía sentido caer en rondas tempranas y probó ser capaz de volver?, ¿lo de este US Open le sirve de nuevo reto?

Desquiciado por las condiciones atmosféricas, salió de control, falló lo para él infalible, perdió todo timón sobre su servicio, dejó pasar ocasiones irrechazables, quiso acelerar el devenir de los puntos y sólo aceleró su hecatombe, dejó escapar un partido que hasta el casi cierre del segundo set parecía más que dominado, se vio (cuesta incluso escribirlo) hasta falto de estética. En resumen, por esa noche, el rey de la raqueta se despojó de la corona y se disfrazó de plebeyo.

Criatura de mitología, le aconteció lo que a buena parte de los semidioses. Y como semidiós, una vez más se alzará: quizá el último despertar en su carrera, acaso el penúltimo, pero de esta se levantará.

Twitter/albertolati

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