No puedo más que aplaudir la iniciativa del nuevo gobierno de Pedro Sánchez de acoger a los 629 migrantes que han estado deambulando a bordo del barco Aquarius en aguas del Mediterráneo como si fuesen apestados. Se trata de 629 personas que, como usted o como yo, tienen los mismos sentimientos de soledad, desesperación, impotencia o miedo.

Eso es lo que provoca el marcharte de tu país para no morir e intentar buscarse la vida dignamente. Eso es lo que provoca caminar durante miles de kilómetros durante muchos meses y años recorriendo medio continente africano –con todo lo que conlleva porque muchos de ellos mueren o son asesinados por el camino–, para finalmente poder embarcar en naos que zozobran por cualquier ola.

Los 629 subsaharianos y centroafricanos iban hacinados, a la deriva. El nuevo Gobierno de Italia y su populismo les rechazó y no les dejó atracar. Pero Malta –con un gobierno socialdemócrata- también les negó el ingreso en el país; Europa como tantas veces lo ha hecho, les iba a dejar a su suerte, a que se alimentara ese gran cementerio, cada vez más lleno de almas honestas en el que se está convirtiendo el mar Mediterráneo.

Gracias a la iniciativa del nuevo gobierno, finalmente el barco ha podido atracar. Pero me sorprende la reacción de algunos partidos políticos como el Partido Popular del ex presidente Mariano Rajoy.

Hablan del efecto “llamada” –“en España sí te dejan entrar”-; la voz se corre como la pólvora, lo que puede favorecer un grave problema. Pero ésa es una cuita que tienen que resolver los políticos ayudando a los migrantes y no dejándoles al socaire del infortunio.

También aplaudo la iniciativa del ministro del interior, Fernando Grande-Marlaska, de quitar las concertinas de las vallas de las ciudades españolas enclavadas en Marruecos, que son Ceuta y Melilla. Las concertinas, colocadas arriba de las vallas, son púas de acero que se incrustan en la carne y producen desgarros que muchas veces son irreparables, igual que el alma de miles de infelices cuyo pecado fue nacer en un país pobre, en una familia pobre, pero con espíritus demasiado grandes.

Cuando escucho las críticas por haber ayudado a los migrantes del Aquarius, me produce un rechazo casi indeseable. Pero no sólo al partido de Rajoy, no. En Europa siguen esperando, desde hace cuatro años, más de dos millones de refugiados sirios a los que no les abrimos las puertas porque pueden acabar con el “estado del bienestar”.

Qué poca vergüenza, qué falta de humanidad de nuestras “autoridades”, de esa vieja Europa decorada por la cultura, y la educación, y el arte y la historia. Pero no ha servido de nada porque si lo hubiera hecho, les habríamos dejado entrar. Pero no; les estamos dejando morir mientras miramos para otro lado.

No estaría mal que los mandatarios europeos vivieran por un día tan sólo tanto sufrimiento, tanto dolor acumulado. Seguro que cambiarían de parecer.

Somos demasiado egocéntricos, muy egoístas. Claro, así nos va.