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Foto: 24 Horas Quintana Roo / Cada Día de Muertos, en el primer panteón de Chetumal, reviven las historias de tumbas abandonadas y con peculiares historias, que han alimentado los lugareños  

Por: Efraín Castro / 24 HORAS Q. ROO

Entre criptas y leyendas, el Panteón Municipal de Chetumal guarda singulares anécdotas que se han convertido en leyendas.

Este camposanto, abierto en febrero de 1938, cuando Quintana Roo era territorio federal, tiene singulares historias, la más entrañable para los habitantes es es la de la Niña del Taco -quien en vida respondía al nombre de María del Carmen Rodríguez León– una sepultura adornada con la estatua de una pequeña, con un vestido blanco, y que sostiene entre sus manitas un taco.

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En su lápida, entre letras que el tiempo intenta borrar, se puede apreciar el mensaje de su familia: “El 25 de octubre de 1957 nació una estrellita, llenando un gran vacío, en el que el destino no deparó; más quiso la virgen siempre acabar con la ilusión, llevándose a la estrella a su sublime mansión y el 21 de este -1979-, hasta el cielo la llevó”.

Una versión sugiere que María comía un taco cuando se atragantó con él y a pesar de los esfuerzos su padre se asfixió. Pero hay dos más: que su madrastra no toleraba el cariño y las atenciones que su esposo prodigaba a la niña y un día, cuando María pidió de comer, la forzó a comer un taco, pero la pequeña no pudo ingerirlo y murió atragantada.

La segunda, que la tía materna pretendía asesinar al papá de María y colocó veneno en un taco, pero antes de que el hombre llegara, la pequeña se lo comió y murió.

LA VALIENTE TRIPULACIÓN

Fue justo en 1961, cuando azotó el huracán Hattie -de los más fuertes y mortales- a la Península, cuando un grupo de siete héroes mexicanos, a pesar del riesgo que representaban los fuertes vientos, por orden del Gobierno de México abordaron un avión de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) para llevar ayuda humanitaria al pueblo beliceño, pero nunca llegaron a su destino.

En su viaje se presume que se toparon con la cola del huracán, que aún en tierra mantuvo su poder destructivo, lo que llevó a la aeronave a desplomarse en el territorio de Belice y desaparecieron.

Ocho años después, un campesino que cazaba cerca de la carretera Chetumal-Belice encontró los restos de la nave, que aún resguardaba las osamentas de sus ocupantes.

Por cuestiones logísticas y del estado deteriorado estado de los restos, se decidió que Chetumal fuera el destino final de estos héroes. Hoy, en una tumba coronada por un motor radial de dos palas, descansan los siete compatriotas.

LA BENEFACTORA DE LOS OTHONENSES

En una tumba coronada por un busto de mujer, descansan los restos de María Chun La China. Aunque dice que era originaria de China, lo más probable es que fuera parte del millar de migrantes coreanos que llegaron a México en 1905, traídos para trabajar en las haciendas henequeneras de Yucatán.

Sin familia y al sentir cada vez más cerca su muerte, ella misma realizó los preparativos de su funeral: mandó hacer una lápida y un ataúd que arrinconó en el interior de la tienda de abarrotes que regenteaba.

La muerte no tenía prisa por llevarse a María, pero sí a uno de sus vecinos; la viuda, al no contar con los recursos para enterrar a su marido acudió a La China para solicitarle que le apoyara con el viejo ataúd que tenía arrumbado; la comerciante accedió a donarlo, con el tiempo compraría uno para reemplazarlo.

La noticia se propagó y tiempo después otros dolientes tocaron la puerta de Chun, convirtiéndos, involuntariamente, en la primera agencia funeraria de Chetumal.

María, falleció el 19 de septiembre de 1966, que según la leyenda fue mandado a hacer por ella misma.

 

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