La 4T es un crisol, un mosaico, un bordado de mil colores que representa a la diversidad religiosa de México. De entrada, la encabeza un hombre que se dedica a hacer referencias a Cristo y la Biblia; del que se dice que profesa alguna manifestación de lo que se conoce como cristianismo evangélico aunque se crió en el catolicismo; que efectivamente le abrió las puertas a las organizaciones evangélicas más retrógradas, lo que tal vez se conecte con su rechazo al divorcio, y que, al mismo tiempo, solía recibir en Palacio –e incluso darle chamba– a un representante llamativamente abyecto del catolicismo, sin omitir unas cuantas referencias al papa Francisco.

Ah, y sin olvidar que le dio arranque al sexenio con una especie de ceremonia como de indigenismo new age de esas que hacía la amiga de tu amigo de la prepa que vivía en Tepoztlán, aunque con mucha más gente, que se permitió el chiste de los detentes cuando la gente moría por decenas en la pandemia y que no le dice que no a alguna buena limpia en sus giras para el baño de pueblo.

Luego tienes a un representante del catolicismo ultramontano que salió del PAN para volverse de izquierda; a algún seguidor manifiesto de la Luz del Mundo, es decir, de una organización religiosa cuyo líder está preso por violar niñas y niños; a un jefe de Gobierno que celebró en Bellas Artes a esa misma organización; a alguna y alguno que pasaron por NXIVM, o sea, el culto de aquellas finisimas personas que marcaban con soplete a las mujeres con las iniciales del líder, sin mencionar a un talento muy relevante que fue a hablar de ovnis al congreso.

Vaya, que la 4T, en efecto, dista de ser un modelo de laicidad, por decir lo menos. Ya que estamos, es cierto que, como todos los populismos, rinde un culto al líder que efectivamente tiene mucho de sectario, en el sentido literal.

En lo que no hay que caer es en equívocos sobre su teórica filiación a la Santa Muerte. Puede que haya algún, por ejemplo, diputado que le entre a esas cosas. A saber. Pero no es la norma, ni de lejos. En el obradorismo se rinde culto, sí, a los criminales, así como se incurre en tonterías extraordinarias por un afán de provocación no sabemos muy bien dirigido a qué o quién y, sobre todo, en actos de un quedabienismo realmente infame como el de los que hicieron promoción de la muy comentada camiseta con la calaca y la leyenda sobre los hombres verdaderos y el Presidente. Nada más no hay que confundir la fe, la que sea, con la estupidez y la bajeza.

 

      @juliopatan09