No podemos adormecer selectivamente las emociones

                                                        Brene Brown

 

Todos mantenemos la mente ocupada, casi todo el tiempo, en asuntos personales, específicamente nuestras preferencias, aquello que deseamos y rechazamos; por eso nos volvemos esclavos de las emociones, desperdiciando el enorme potencial del intelecto para desarrollar lo que se conoce como mente impersonal, esa que caracteriza a los científicos, filósofos, meditadores y buenos lectores.

Bajo el patrón de los pensamientos puramente personales, no existe otra opción que la de responder mecánicamente a nuestras emociones primarias, particularmente las negativas. Los sentimientos profundos a que todos aspiramos, como amor, calma, paz interior y felicidad, solo son accesibles a través de la mente impersonal, que nos permite trascendernos a nosotros mismos, ampliar nuestros conocimientos y expandir la conciencia.

Mientras esta liberación del yo no suceda, solo viviremos para tratar de forzar a la vida a darnos lo que queremos y evitarnos lo que nos desagrada, a partir de las experiencias pasadas.

Queremos sanar heridas y colmar carencias para no sentir dolor, pero seguimos sin aceptar el tesoro que éste encierra: compasión, empatía, gratitud, aceptación, perdón; dones para cuya consecución se requiere, como señala Deepak Chopra, ingresar por completo las emociones rechazadas a nuestro organismo, abrazarlas y mirar a través de nuestra resistencia.

Enfrascados en la mente de las preferencias, recreamos una y otra vez la parte del dolor que nos resistimos a sentir y nunca accedemos su naturaleza benévola, porque en ello hay una ganancia: la compensación hormonal, la dopamina y las endorfinas que generamos para darnos alivio y placer a través de actitudes negativas como la queja, la culpabilización, los escenarios catastróficos y los enfrentamientos que emprendemos con otros y con la vida misma para imponer nuestra razón personal.

Por eso es más fácil habitar en el pensamiento personal que dejar que el dolor ingrese completo, sea abrazado y posteriormente observado con la mente impersonal, para encontrar en él los dones que contiene, y que rebasan por mucho las molestias.

Así es como casi todos vivimos en guerra con la realidad, intentando que se acomode a nuestras preferencias y concentrando el enorme potencial de nuestras mentes en justificar esto. El raciocinio sirviendo exclusivamente a la mente que está, a su vez, al servicio de las emociones primarias, sobre las cuales se centran nuestras preferencias, que son determinaciones acerca de lo queremos sentir y lo que no. Pero si perseveramos en evadir el miedo y el dolor, evadimos a su vez la alegría, la tranquilidad, el amor.

Sentir es un paquete completo. El desarrollo del ser humano pasa por la sanación de los dolores pasados, pero no se queda ahí, la mente se organiza en capas y tiene la capacidad de trascenderse a sí misma para transcurrir de lo puramente personal y primario, a lo impersonal y evolutivo.

Incluso habrá heridas, carencias, impotencias y frustraciones que jamás puedan subsanarse. La cuestión no es que desaparezcan, sino que dejen de pesarnos, de lastrarnos, de determinarnos, y se conviertan en dones intelectuales y emocionales. El asunto es, pues, qué hacemos con ellas.

La batalla entre la realidad y las preferencias personales es continua. No hay casi ningún instante del día en que no la estemos entablando y, por tanto, en que no estemos buscando compensaciones hormonales, pero éstas son momentáneas y su intensidad va disminuyendo, porque el cerebro mismo opera para inmunizar los receptores de las sustancias que nos dan alivio y placer, para protegerse de un colapso.

Mientras más adictos a las compensaciones hormonales, más lejos estamos de la mente trascendental y de los sentimientos profundos a que ésta nos permite acceder. Esto quiere decir que pensar en la inmortalidad del cangrejo es en realidad una actividad benéfica. Así se hicieron los más grandes descubrimientos científicos.

La mente personal es una creación propia, es el ego, que puede ser un gran tirano o un leal servidor. La mente impersonal es un don divino. Usted decide.

 

    @F_DeLasFuentes

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