Darío Yazbek como Juan Pablo en No voy a pedirle a nadie que me crea, de Fernando Frías de la Parra.
Netflix Ltd. No voy a pedirle a nadie que me crea, Fernando Frías de la Parra, 2023.  

Prólogo

En el lejano 2016, un jurado conformado por Salvador Clotas, Paloma Díaz-Mas, Marcos Giralt Torrente, Vicente Molina Foix y Jorge Herralde otorgaba el Premio Herralde de Novela a No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos (Lagos de Moreno, Jalisco, 1973). Apenas unos años después, dentro del contexto de un tiempo  particular(que me abstengo de llamar boom), el director mexicano Fernando Frías de la Parra (Ciudad de México, 1979) quiso adaptar la novela al cine. Así, tras un camino entre México y Barcelona, disparates cotidianos y muchas voces, se ha estrenado la adaptación cinematográfica en Netflix el pasado 22 de noviembre.

Sólo como breve repaso. La novela es una historia de esas que suceden todos los días pero que nadie creería si no nos las contaran tal como lo hace el autor, que por cierto comparte nombre con el protagonista del libro, que no es más que un joven estudioso que está por irse a estudiar un doctorado a Barcelona, no sin antes verse envuelto en un embrollo abrumadoramente ácido por culpa de su primito, un personaje con aires de emprendedor (de líos). En este trajín polifónico, no queda otra que pasarla bien junto al protagonista, Valentina (la novia), los mafiosos multiformes, Laia (la tercera en discordia) y su padre (un pez gordo de la política derechista), una pequeñita que recita de memoria versos de Alejandra Pizarnik… y más, más voces, todas entrelazadas por un humor infatigable, negro, con guiños a Roberto Bolaño, Jorge Ibarguengotia y José Agustín. No más que un cóctel imperdible lleno de mucho frenesí.

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Yo tampoco voy a pedirle a nadie que me crea

He de comenzar con una confesión. Me parece que la película, pese a las observaciones agudas de la crítica y algunos espectadores, no se deshace, en esencia, de nada de lo que narra el libro. Sí considero, por el contrario, que contrasta con la experiencia de lectura, y sin embargo, me parece que es el resultado natural debido al formato, es decir, de imaginarlo todo (todo el tiempo) dentro de la (in)conciencia, pasamos a mirarlo materializado ya en los ojos de alguien más. 

No voy a pedirle a nadie que me crea, Fernando Frías de la Parra, 2023.
Foto: Netflix Ltd. No voy a pedirle a nadie que me crea, Fernando Frías de la Parra, 2023.

Lo único que está en juego es la vida

Resulta crédulo y hasta natural que, dadas las formas tan distintas en que estamos adentrándonos en el huracán tragicómico y dark, el mundo nos tome por asalto, que pongamos en duda la vertiginosidad y la atmósfera fúrica de la vida de Juan Pablo (Darío Yazbek) aunque veamos con nuestros propios ojos esa Barcelona de tonos fríos y opacos, entre momentos que se adhieren a la pupila y okupas beodos que beben vinos de caja y tienen una filosofía mainstream, entre distracciones, acoso, soberbia, protecciones y consecuencias de una estructura social que no es capaz de mirar hacia abajo.

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Dentro de todo lo que Fernando Frías de la Parra y María Camila Arias transportaron del libro al guión de la cinta para –mal digamos– respetar el libro de Juan Pablo Villalobos, destaca el maravilloso juego de las primeras, segunda y terceras personas, tan complicados como tan jocosos y resquebrajante, que permiten, por esa complejidad, imprimir un poco más de acidez y bravuconería a los diálogos que mantienen, como consecuencia, esa clave literaria. Ahí está cuando Valentina (Natalia Solán) tira el nombre de Juan Pablo al aire como quien no quiere la cosa mientras este está presente en la misma habitación, o cuando el Licenciado (Alexis Ayala) ironiza sobre lo gracioso que es el capo catalán (Juan Carlos Remolina), o bien, cuando la madre tiene a bien (o mal, según a quién se le pregunte) mandar sus notas de voz refiriéndose a sí misma en segunda persona.

 Todos acá son dueños de todas las razones. No importa qué tan tontas o funcionales sean estas. Todos anticipan, todos gritan, todos beben, todos todo. Todo un catálogo de desventuras y eventos desafortunados. Todo algo que está a punto de quebrarse, a punto de hacerse pedazos. Nadie se salva de nada. Nada, tampoco, busca tener sentido, porque la atención está puesta en otro lado, esta cotidianeidad estridente se encuentra inmersa en lo más punzante y relevante de la sociedad.

Es ese equilibrio aparentemente insostenible de sobrevivir lo que hace que esto tenga o no sentido. De entre todo lo que se puede mirar de entre el montón de piezas y posibilidades, hay que elegir, o de plano sumergirse en el disparate marginal y misterioso y rezar porque alguien quiera asistir para cuando nos decidamos a contar esta historia.