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Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

Hoy se conmemora el Día Internacional Contra la Pena de Muerte. La organización Amnistía Internacional recopiló los datos de pena de muerte durante el 2022.

Al menos 883 personas fueron ejecutadas en 20 países; el número aumentó un 53% respecto al 2021. Se trata de la cifra más alta en los últimos 5 años. La página web de la organización también señala que 144 países han abolido la pena de muerte en la ley o en la práctica. De ellos, sin embargo, sólo 108 lo han hecho enteramente.

Hay, a su vez, 55 países en donde aún se aplica. China, Irán, Egipto, Arabia Saudí y Siria son los países con más ejecuciones en 2022. Dentro de esa lista también figuran otros países como Estados Unidos, India, Japón, Afganistán, Cuba, entre otros.

Como ven, a pesar de los intentos por erradicar esta práctica, varios países siguen utilizándola y no parece que vayan a cambiar sus métodos. Tristemente, la pena de muerte fue algo muy común en el pasado. En no pocas ocasiones, la pena capital era aplicada de una manera muy dolorosa; no sólo se buscaba matar, sino también torturar.

La crucifixión es probablemente una de las más famosas, en parte, porque la cruz es símbolo del cristianismo. En Roma, este castigo se reservaba para esclavos o extranjeros. Se consideraba una tortura tan vil que los ciudadanos romanos estaban exentos de ella.

Al sur y sureste de Asia, especialmente en India, se utilizó otro método terrible: el aplastamiento por un elefante. Se entrenaban a estos animales para que pisaran a los sentenciados hasta que morían. Esta práctica fue abolida entre el siglo XVIII y XIX.

Una pena de muerte recogida por la literatura, el cine, la filosofía y hasta la música es la muerte por mil cortes. Es de origen chino. Se amarraban a un hombre a un palo y le practicaban multitud de cortes de tal suerte que no le provocaran una hemorragia severa ni tocaran un órgano vital. El objetivo era maximizar el sufrimiento. Se dice que le hacían entre trescientos y tres mil cortes, para después descuartizar sus extremidades, ponerlas frente a él y finalmente decapitarlo. En ocasiones, se administraba opio al ejecutado para alargar la tortura.

¿Han escuchado del empalamiento? Quizá sí cuando les hablé de Vlad Tepes, una de las inspiraciones de Bram Stoker para su Conde Drácula. En este caso, se tomaba al condenado y se le introducía un palo por el ano, intentado que saliera por la boca, sin dañar órganos vitales. De esta forma, el empalados vivía por un tiempo prolongado sólo en medio de dolores atroces.

Por el Código de Hammurabi, sabemos que el empalamiento se usaba desde la antigua Mesopotamia. En algunos lugares de América, los españoles también utilizaron este método contra los indígenas. En Aragoa, Venezuela hay un cerro que se llama “El empalao”, pues el lugar fue utilizado por un encomendero para empalar a indígenas rebeldes.

En la Edad Media y el Renacimiento, las penas de nobles y plebeyos eran distintas. A los primeros les correspondía la decapitación; a los segundos, el ahorcamiento. Las decapitaciones no eran tan precisas como en las películas. El verdugo no siempre acertaba a la primera. Este fue el caso de la reina María Estuardo. Su verdugo dio dos golpes de espada sin conseguir decapitarla, finalmente, se valió de un hacha para separar enteramente la cabeza de la reina.

La guillotina no fue pensada como un método de tortura, al menos eso dijo su inventor: el médico Joseph Ignace Guillotin. Se utilizo durante la Revolución francesa como una forma rápida (sic) de acabar con la vida de los condenados. Aunque, claro, esa eficacia se iba por la borda cuando la cuchilla se desafilaba y tenían que soltar la hoja más de una vez sobre el cuello del condenado.

Todas estas penas tenían algo en común: eran castigos públicos. En efecto, la pena de muerte no sólo privaba de la vida al condenado en medio de dolores físicos; también había un componente de escarnio, de humillación. Por eso, en Inglaterra, todavía en el siglo XIX, la gente que acudía a estos eventos aplaudía cuando se ejecutaba a alguien: señal de que se había hecho justicia.

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana