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I

En el marco del 80° Festival Internacional de Cine de Venecia, el cineasta Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) estrenó su más reciente producción (fuera de competencia) basada en The Wonderful Story of Henry Sugar and Six More (1997), un libro comprendido por siete relatos cortos, uno de los cuales es el que da título a esta cinta de corta duración que, dicho sea de paso, es ya su segunda adaptación de una obra del escritor británico Roald Dahl — la primera fue Fantastic Mr. Fox (2009).

Como parte de una serie conformada por tres relatos cortos y un mediometraje, el director texano escogió The Swan, The Rat Catcher, Poison y la historia de Henry Sugar, misma que se estrenó en Netflix el pasado 20 de septiembre.

II

Adaptar a Roald Dahl a la pantalla grande supuso para el director de Isle of Dogs (2018) una inversión de tiempo sin precedentes, por el respeto que le merece la obra del autor así como también por todo lo que le llevó descubrir que no sería una tarea sencilla. No era un tema menor: la familia del escritor había (casi) reservado para Anderson esta historia para que él la llevara al cine y él había decidido que sería Dahl quien narraría, en cierto modo, las acciones de los personajes en la cinta.

Contrario a lo molesto o irritante que pudiera parecer una narración que no cesa de explicarnos lo que estamos observando, tal ejercicio se siente como un esfuerzo –dígase sincero o sin intención– de estimular la vena narrativa que Roald Dahl empleaba como recurso en sus relatos. El acercamiento es fundamental. A Anderson la funcionó como hommage; a la cinta, como un recurso (efectivo) donde la cercanía es inevitable y la historia desea que le prestemos atención.

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Acaso un montaje especial fraguando una ensoñación que no desea sino contar una historia que ha traspasado cualquier cantidad de años y delirios. Una historia en tres actos con tres distintas visiones con un gesto cariñoso ante el ojo de quien observa. Un cuento que no escatima en los artilugios cinematográficos del cineasta. Del pantone pastel al punto de fuga. Como una suerte de premio millonario en un casino, la grandeza del reparto, que convoca a un consagrado Benedict Cumberbatch (Hamlet, Amazing Grace) echando mano de su grandilocuencia y la brillantez más humana, un joven pero inmenso Dev Patel (The Green Knight), el polifacético Ben Kingsley (Schindler’s List) y el también escritor Richard Ayoade (The IT Crowd).

III

La historia, aparentemente basada en una historia real, es una suerte de espiral imaginario, en el que vemos, tomando como punto de partida la visión del Hombre Que Ve Sin Usar Los Ojos, la gracia de creer e imaginar. Entre actos circenses, re-imaginaciones, descubrimientos súbitos, empeño y obsesión, el autor (llámese o no Roald Dahl) revela que, como parte una suerte inaudita y el azar, le fue encomendado contar esta historia, todos estos sucesos extraordinarios. Una historia circular, la de un hombre que a través de ¿poderes? extraordinarios, construye un imperio de felicidad y altruismo alrededor del mundo.

Quebrando la cuarta pared, echando mano de su sutileza y el empleo lúdico y sutil de los recursos, esto asemeja ser más que una vuelta a la infancia desde el onirismo desbordante del cineasta-artesano Wes Anderson. Pero es lo que es, únicamente. El poderío de la ilusión. El cine.