Fotograma de El norte sobre el vacío (2022), de Alejandra Márquez Abella. Cortesía de Amazon.

I

En una noche en la que Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades (Alejandro G. Iñarritu, 2022) arrasó con ocho premios en la noche de premiación de los Ariel en el Teatro Degollado en Guadalajara, que Alejandra Márquez Abella (Semana Santa) se hiciera del galardón a mejor película en esta edición 65° de los premios con El norte sobre el vacío (2022) se sintió como una bocanada de aire fresco.

II

Fue en 2010 que Alejandro Garza Tamez falleció al enfrentarse con Los Zetas, cuando estos intentaron adueñarse sin más de la tierra que le pertenecía a él en Tamaulipas. A más de una década de distancia, es este hecho del ahora héroe el que sirve como inspiración para el argumento de esta cinta. Gabriel Nuncio y la misma directora escribieron la historia de Don Rey, Reynaldo (encarnado por un espectacular Gerardo Trejoluna), el arquetipo por excelencia de padre de familia de rancho, de botas empolvadas, gallardo e infame, exigente a muerte, sin capacidad de expresar cariño. Junto a él, Sofía (Dolores Heredia), la esposa que cumple con ese rol impuesto por el tiempo y la sociedad; sus dos hijas y su hijo, quienes vuelven de pronto como quien regresa a causa de la inercia aunque ya no pertenezcan más a ese lugar originario; Tello (Juan Daniel García Treviño), un trabajador de confianza de Don Rey y Rosa (Paloma Petra), la hija adoptiva-persona de confianza-sirvienta que a ratos parece ser la verdadera figura principal.

Paloma Petra como Rosa (Amazon Prime Video).

III

Filmada en Nuevo León y Tamaulipas, El norte sobre el vacío, esta crónica-western sobre la masculinidad nos habla sobre el arraigo, la pertenencia. Reproduciendo los más profundos comportamientos de un hombre-hecho-y-derecho, Don Rey festeja su primer lugar en el concurso de casa rodeado de sombreros, cerveza y el clásico de Los Cadetes de Linares; organiza un festín para celebrar el aniversario de su rancho junto a toda su familia; refunfuña ante el menor atentado contra sus tradiciones y miedos. Es decir, se hace un retrato sin ambigüedades sobre el deber-ser de la hombría. Sin pretensiones más allá de las evidentes: respetando la máxima de los westerns: la defensa de la tierra del enemigo aquel que se presente.

Márquez Abella no plasma de lleno ni nombra el narcotráfico, y sin embargo se hace presente, cuando vienen a querer cobrarle a Don Rey una cuota para mantener la paz. El poderío del héroe se ve amenazado. Las consecuencias de la violencia generada por el narco se aparecen subrepticiamente, no hay manera de evadirlas. tocan a la puerta. Parece que todo aquello nos dice la cinta.

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Dentro de todo el dibujo hecho por la también directora de Niñas bien son los espacios, en su mayoría amplios y áridos, los que asfixian y contraen. Todo se quiebra en esos recorridos calmos de un rostro a un paisaje a un anfibio o un insecto. La vida sigue pasando aunque todo esté por venirse abajo.

A su vez, se expone ese mandato confuso de la masculinidad. Muestra, con sutileza y con fortaleza, las afectaciones sufridas por ese hombre que se cree invencible debido a los decretos sociales dictados por el tiempo. Sí: el héroe puede resultar abatido. Entre las fisuras, se asoma una verdad: el mundo que alguna vez conocimos ya no es más ese mundo y ahora existe de otro modo. No es la realidad superando a la ficción: se trata de una compañía insoslayable.

IV

Entre las fisuras podrán observarse los claroscuros de la cotidianeidad y esta realidad que asfixia. Como ensayar con lo que podría parecer endeble para profundizar en la complejidad de un fenómeno que atañe a propios y ajenos. La indiferencia o el encantamiento, provocado por el gusto o su antónimo, da igual. Es el pensar en todo lo que este entramado de dilemas ha causado lo que completa la valía e incluso compensa las “deficiencias”

Y al final, mostrar la fractura de esa dicotomía frágil de lo bueno y lo malo, estableciendo un panorama más real donde los malos también son buenos y los malos también son buenos. Y no es que banalice las fechorías o que vanaglorie los mínimos esfuerzos, sino que recuerda nuestra condición humana. Así, tras ese leve intento por romper las estructuras tradicionales, se puede dar ese paso, más por una inercia absoluta del tiempo que por un deseo propio auspiciado por la voluntad. Pero es posible.