Es un hecho que la historia no va a tratar bien a este régimen, por más carisma que derroche el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Los efectos negativos que dejará en materia de seguridad, economía y la profunda división social hará que haya el recuerdo de un muy mal gobierno y que queden en el anecdotario algunas de sus excentricidades.

Tal como ahora muchos evocan gobiernos como los de Luis Echeverría o José López Portillo, sexenios que llevaron al fracaso a la economía mexicana y solo con referencias como esas de defender al peso como un perro o llorar en un informe de gobierno. Nada más.

Pero, hoy, lo importante es aquí y ahora. Cómo poder rescatar el funcionamiento del Gobierno federal en este cierre de administración cuando claramente el Presidente ha caído en la obsesión de destruir la imagen pública de una mujer a la que ve como su nueva y más peligrosa adversaria.

El hombre más poderoso de la política mexicana, el Presidente más carismático y popular de los años recientes, tiene en la mira devastar las posibilidades políticas y económicas de una senadora y empresaria a la que alguna vez invitó a su propio gobierno. Y va con todo.

La polarización del discurso de López Obrador lo aleja de una función presidencial para ubicarlo como un colérico jefe de campaña de su partido político, Morena, con el único fin de conservar el poder presidencial con “una” corcholata.

Ese paso en pocas semanas de una oposición desarticulada, sin rostro, ni rumbo, a una opción real de alternancia en el poder el próximo año encendió los focos de alerta en Palacio y ya se eligió el camino más radical.

El problema es que, a la par de la mayor incitación a la ruptura social, hay un ambiente generalizado de violencia e impunidad que se ve más difícil de detener.

Y en lo económico, hay la buena noticia de que la resiliencia del mercado interno, con tasas positivas de crecimiento del consumo y la inversión, van a ayudar a alcanzar las metas de crecimiento previstas.

Pero no hay garantía de que los requerimientos de gasto público, totalmente volcado al objetivo de conservar el poder a como dé lugar, puedan ser cubiertos de forma sana con los ingresos fiscales.

Ya lo estamos viendo, el gasto asistencialista se va a desbordar, la información de cómo se gastan los recursos en los llamados programas del Bienestar será prácticamente ausente y esto puede derivar en desequilibrios presupuestales que podrían dejar a las finanzas públicas prendidas de alfileres para la siguiente administración.

Y ahí está Petróleos Mexicanos, degradado en su deuda a nivel de papel basura. Esto implica mayores costos de financiamiento para una empresa que tendrá que pagar más, mucho más y con cargo a las finanzas públicas ante la decisión de abrir las arcas de par en par para financiar a la petrolera más endeudada del mundo.

Ya no hay duda de que López Obrador apuesta su resto en contra de Xóchitl Gálvez para tratar de frenarla al costo que sea, aunque ese costo sea la misma salud económica, social y política del país.

A ver qué historia cuentan nuestros nietos de estos tiempos, pero por ahora, lo que hay es un país que mantener a flote.

 

    @campossuarez