Hoy se cumplen 175 años de uno de los grandes mitos históricos de nuestro país, que los gobiernos de la revolución institucional se encargaron de plantar muy bien en el colectivo social.

No tanto la batalla del Castillo de Chapultepec, en la guerra de 1847 tras la invasión estadounidense a México, que está perfectamente bien documentada.

Más bien aquel otro relato que acompaña a esa batalla en el corazón de la Ciudad de México que cuenta cómo un valiente niño héroe se envolvió en la bandera para arrojarse desde lo alto del Castillo y proteger así el lábaro patrio.

Ese relato ha permitido durante muchas generaciones dejar en evidencia el abuso del ejército invasor ante un pequeño grupo de seis cadetes, seis niños héroes, que dieron la vida frente a las abusivas y montoneras fuerzas estadounidenses.

¡Cómo no crecer pensando que los del norte son tan abusivos si fueron capaces de martirizar a seis niños en el Castillo de Chapultepec!

Qué bueno que tantos años después, con un Gobierno del corte del actual tan identificado con esas formas de acomodar la historia, pueda estar en Palacio Nacional el funcionario de más alto rango del gabinete del Presidente de Estados Unidos.

Y qué mejor que el propio Presidente mexicano haya desistido de su idea de aprovechar el aniversario de la independencia para reeditar el lance nacionalista con la bandera de los energéticos monopólicos del Estado.

Ahora, sí se anticipa todo un espectáculo discursivo porque ya sabemos que el presidente Andrés Manuel López Obrador va a usar la máxima tribuna de nuestras fiestas patrias para hablar de la paz del mundo y sus planes de una tregua global y de paso dará su posición respecto a la invasión de Rusia a Ucrania, esa que insiste en llamar la guerra de Ucrania.

A reserva de ver si las palabras del Presidente mexicano logran que se convoque a una reunión urgente del pleno de la Organización de las Naciones Unidas para discutir el plan de López Obrador, lo importante es que no provoque el caos económico en México con un anuncio popular-nacionalista en el sector energético.

Porque la intención inicial de López Obrador era usar la tribuna del discurso de ese día tan importante del calendario cívico nacional quizá para volver a poner la canción de Chico Che “Uy qué miedo, mira cómo estoy temblando” y recetar una decisión radical de rompimiento con los países del norte.

Con esos planes rupturistas aparentemente desactivados, la expectativa es que sí haya estridencia, pero que sea inocua para la relación comercial trilateral establecida en el T-MEC.

Ahora, una cosa es que haya escuchado la voz de los más moderados que le rodean y que se convenciera del daño que podría causar al país y a su propia popularidad si enarbolaba uno de esos discursos antiyanqui de la más retrógrada izquierda latinoamericana y otra cosa es que no insistan sus funcionarios en una postura nacionalista en las mesas de consulta que están ahora en marcha en la Secretaría de Economía.

 

    @campossuarez