El domingo pasado se llevó a cabo la segunda vuelta de la elección presidencial en Colombia. Los resultados arrojaron como vencedor de la contienda a Gustavo Petro con 50.44%, es decir, alrededor de 11.2 millones de votos; por su parte, Rodolfo Hernández obtuvo 47.31%. La ventaja fue clara, mas no amplia. Los datos muestran una nación dividida, reflejo de la región latinoamericana.

Algunos han calificado la victoria de Petro como histórica, ya que, por primera ocasión, un mandatario de izquierda asumirá las riendas del poder —este fenómeno ya ha ocurrido en distintos países de América Latina, al tiempo que el modelo de centro caducó—. Antes de él, sólo Carlos Gaviria, en 2006, había conseguido una votación significativa de dicha corriente ideológica, pero fue Petro —en su tercer intento— quien consolidó su triunfo. Por otro lado, se trató de un hecho sin precedentes ya que Colombia tendrá a Francia Márquez al frente de la vicepresidencia, la primera mujer afrodescendiente en el cargo.

Especialistas apuntan que Petro ganó debido a que unificó a la izquierda y atrajo a diferentes perfiles de los sectores tradicionales. Luego de haber sido guerrillero del M-19, Gustavo Petro se sumó a las fuerzas políticas que nacieron de los acuerdos de paz, como los partidos Polo Democrático y Colombia Humana. Asimismo, tuvo un paso notorio por la Cámara de Representantes, el Senado y la alcaldía de Bogotá.

El presidente electo pronunció un discurso en el cual declaró que buscará dialogar y construir un gran consenso nacional: “Queremos que Colombia, en medio de su diversidad, sea una Colombia, no dos Colombias”, manifestó. Sin duda, esa nación inició una nueva etapa tras los comicios del 19 de junio; un país miembro de la OCDE, con enormes posibilidades, semejanzas compartidas y lazos entrañables con México cayó en la trampa de la polarización y los pronunciamientos radicales.

Petro recibirá una Colombia con retos transversales, un país con problemas económicos, brechas, pobreza, desempleo e informalidad. Además, un porcentaje amplio de la población aún no se ha sincronizado con los cambios provenientes de la modernización y el crecimiento. Como tiende a suceder, las naciones no están a la altura de sus desafíos.

Si bien Petro moderó su postura para ganar las elecciones, habrá que analizar cómo se desenvuelve en el campo de la acción. Tendrá la oportunidad de generar una izquierda moderna o seguir con otras inercias y tentaciones en el poder a fin de atemperar a su oposición y al pueblo fragmentado.

Puede que este nuevo Gobierno sea un ejemplo de simbolismo político y, posteriormente, demasiada administración. El encono regional y pulso de la izquierda pueden conducir a Petro a decantarse por la insensatez o la mesura. Mientras tanto, el paradigma latinoamericano y sus instituciones se encuentran agotados. Tendremos que continuar observando lo que sucede.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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