Este domingo 19 de junio se define el empate técnico entre Gustavo Petro, del Pacto Histórico, y Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, ambos candidatos a ocupar la presidencia de Colombia. Petro suma un 47.2 por ciento de la intención del voto, en tanto que Hernández alcanza 46.5 por ciento, la diferencia es casi del uno por ciento. Técnica y políticamente se puede interpretar la existencia de un marcado equilibrio de fuerzas. Sin embargo, las tendencias del voto se pueden también medir desde otro ángulo.

Esto es, desde la generación de opinión que forman los distintos medios de comunicación. De ahí que entonces se debe pensar en la cuestión: ¿quién defiende más los intereses de esos propietarios de los medios de comunicación, la candidatura de Gustavo Petro o la de Rodolfo Hernández?

Al primero lo podríamos ubicar en el polo de la centroizquierda, y al segundo en el polo de la derecha populista. Es decir, ya no estarían disputándose el poder los actores tradicionales, como lo fueron los candidatos liberales o conservadores.

Sin embargo, otra lectura de la coyuntura electoral nos mostraría que la gran disputa es la conquista del voto del sector abstencionista que durante la primera vuelta sumó más del 45 por ciento del electorado. Conquistar y llevar a votar a ese mayoritario segmento de la población significaría, según nuestra lectura, un triunfo en los comicios. Gran parte de los jóvenes se insertan en ese espectro de la sociedad colombiana, lo que también refleja la poca credibilidad en el desarrollo de la democracia electoral y en las perspectivas de reales transformaciones de la sociedad por una vía pacífica en ese país sudamericano, que padece una cruenta guerra hace más de 55 años.

La situación de la economía hace ver que si la mayoría del pueblo colombiano concurre a las urnas, darán su voto por un cambio más profundo. Desde esa lógica, Gustavo Petro podría triunfar. Por el contrario, si la mayoría de los abstencionistas no concurren a depositar su voto, la opción de Hernández tendrá más viabilidad. Especialmente si el electorado tradicional y conservador de las amplias capas medias hace suyo el discurso anticorrupción como un eslogan menos radical y más acorde a mantener el statu quo, sin reales cambios del modelo económico neoliberal.

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