Quiero a la artillería que no deje de disparar y a la infantería que entre hasta el final”–, dicen que dijo Vladimiro Putin a finales de febrero en el centro de mando del Kremlin. Putin se sabía fuerte; se sentía aún más fuerte. Lo que nunca se imaginó es que, a pesar de su musculatura bélica, se encontrara con una ciudadanía ucraniana que resistiría como un David contra Goliat.

El ucraniano no tenía un concepto de Estado; Ucrania es demasiado joven como para sentirse uno con identidad propia. Nació en 1991. Pero la entrada de Rusia para quitarle lo que les pertenece es lo que les hizo más fuertes, y sobre todo les dejó un sentimiento de patria que no tenían. Casi cuatro millones de personas, la mayoría mujeres y niños, tuvieron que salir hacia un futuro incierto. Se convirtieron en refugiados sin quererlo. Los hombres ucranianos, sin embargo, se quedaron a luchar con lo poco que tenían. Eso sí, con la ayuda de la OTAN enviando más de mil millones de dólares en armas.

Putin es un témpano de hielo. Con una mirada entre perdida y retadora se aprecia lo calculador que es. Pensó que la “conquista” de Ucrania sería cuestión de días, tal vez de semanas. Sin embargo, no calibró que la guerra podría durar más de lo que pensó. Después de mes y medio de conflicto todavía no ha conseguido una sola plaza importante. En principio, pensó en una anexión total de Ucrania. Ahora se está convirtiendo en el reconocimiento de Crimea como parte indisoluble de Rusia y ahora también el Donbás, al este de Ucrania. Putin quiere esa zona para que Rusia pueda expandirse sin dificultad y poder acceder al Mar Negro. Su interés por ese mar nunca lo negó, pues conecta directamente con el Mediterráneo a través de esa garganta que representa el estrecho del Bósforo. Putin ya tiene una salida por el Atlántico Norte que le hace ser dueño de una parte no menor del Polo. Pero le hacía falta su salida al Mar Mediterráneo. Ese mar representa la salida al comercio y, después, hacia el Atlántico por el Estrecho de Gibraltar. Por eso, durante la guerra de Siria Putin apoyó incondicionalmente al presidente Bashar al-Asad, un auténtico sátrapa que masacró a parte de su pueblo. Pero eso a Vladimiro Putin le daba igual. La ayuda al dictador sirio obedecía al interés por el Mediterráneo.

Pero además, en la península de Crimea, ese enorme saliente de tierra, se encuentra su capital, Sebastopol. Y es ahí donde se encuentra una de las mayores flotas rusas de todo el mundo. Por eso Vladimiro Putin no va a permitir que Crimea vuelva de nuevo a manos ucranianas.

En esta guerra, además, es la primera vez que nos acercamos a un abismo. Jamás desde la Guerra Fría se había hablado tanto de la posibilidad de un enfrentamiento a nivel nuclear. Putin dispone de 6 mil ojivas nucleares, de las cuales 790 están preparadas para ser utilizadas en cualquier momento. Y no se trata de ver quién tiene más ojivas nucleares, sino de saber negociar para que no sean utilizadas.

Da la sensación de que las negociaciones entre Rusia y Ucrania en Turquía comienzan a tener algunos frutos. Ojalá y sea así para evitar efectos indeseables para todo el planeta.

 

     @pelaez_alberto