No hizo falta que estuviera sobre el emparrillado el jugador más galardonado de la historia (como lo es Tom Brady), ni el quarterback más espectacular y mediático de la actualidad (sin duda, Patrick Mahomes), ni que llegara alguno de los equipos más valorados como marca por la revista Forbes (listado que siempre abre con los Dallas Cowboys) y ni siquiera que se viviera un partido tan emocionante como algunos que tuvimos en la postemporada de la NFL (sobre todo, el Chiefs-Bills).

Con lo que expuso en el SoFi Stadium el domingo pasado, la NFL logró catapultar el Súper Bowl LVI a programa más visto en la televisión estadounidense en los últimos cinco años.

La liga deportiva que marca el camino al resto, su éxito y repercusión no depende de quién juegue o cómo juegue. Ese es el mejor resumen de tan eficaz modelo. Porque eso no lo puede controlar (hacerlo sería amaño). Lo que sí controla es una serie de factores de los cuales se sirve para atrapar público y hacerlo cautivo –a diferencia, por ejemplo, de lo que sucede con el béisbol de Grandes Ligas, diluyéndose sin remedio, año con año, su base de seguidores.

Parte medular de la ecuación radica en atraer espectadores que normalmente no verían un partido y es ahí donde entra el medio tiempo. Más allá de la opinión y preferencia musical de cada quien, no podrá negarse el banquete de rap encabezado por Dr. Dre funcionó. La puesta en escena fue espectacular y consumada al detalle. Nunca pararán las voces frustradas porque en otros tiempos ahí se presentaron íconos del calibre de Paul McCartney, The Who, Rolling Stones, Madonna, Bruce Springsteen, U2, Michael Jackson (este último, con su show en el Rose Bowl de Pasadena en 1993, fue el punto de coyuntura para este nivel de espectáculos). Sin embargo, tendrán que entender que la meta de la NFL no es con la historia, sino con el presente. Y si en ese preciso presente quien vende es determinado personaje, si en ese exacto instante quien garantiza máxima audiencia es tal o cual, pues no habrá reparo en colocarlo,

Por ello, en los últimos años se ha apostado por figuras pop del momento: Katy Perry, Bruno Mars, Beyonce, Black Eyed Peas, Lady Gaga, Justin Timberlake, Coldplay. Hasta antes de este 2022, apoyadas con personajes que estiraran la liga del rating a otras preferencias (irrupciones breves de rockeros como Slash, Red Hot Chily Peppers, Lenny Kravits, Sting, sin complejos para asumir un rol de actores casi de reparto; lo mismo de raperos como Usher, Missy Elliott, Nicki Minaj, Travis Scott, M.I.A.). El cambio esta vez fue la apuesta total por el universo hip hop… y así de bien resultó.

De paso, la NFL exploró cierto tipo de maquillaje ante sus discutibles o criticables políticas de apoyo al movimiento Black Lives Matters y el racismo, herencia en parte de la polarización Trump. Hubo un momento en que varios artistas afroamericanos rechazaron la invitación para participar en solidaridad con un Colin Kaepernick marginado del juego por sus protestas. Debate zanjado con la presencia de semejantes titanes del género.

Cuando en 2010 el comisionado de la NFL, Roger Goodell, ofreció llegar a los 25 mil millones de dólares de ingreso anual a partir del año 2027, la NFL no se embolsaba más que 8 mil millones por temporada; es decir, el directivo se aventuró a un incremento de mil millones cada doce meses (83 millones de dólares más al mes, 2.7 millones más al día, 115 mil dólares más por hora), para alcanzar la meta. A once años de ese planteamiento, Goodell va cumpliendo. El Súper Bowl LVI es parte, sólo parte, de tamaña conquista.

 

Twitter/albertolati

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