Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

Estos últimos días, la noticia de un hotel de lujo para perros ha recorrido las redes. ¿Lo conocen? Es el Superwoof Hotel, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Este hotel no quiere darle un servicio de cinco estrellas a sus huéspedes, sino uno de “seis estrellas”. El lugar cuenta con todo tipo de amenidades para los perros hospedados en él. Tiene alberca, amplios terrenos donde correr, sala de juegos, cómodos colchones en los cuales descansar después de correr con sus compañeros, sillas plegables para disfrutar del sol después de un chapuzón. El personal sirven croquetas de lujo y un champán especial: Cham-paw. No se me asusten; nada de alcohol. Se trata de una infusión de hierbas en pequeñas botellas similares a las de champán. Además, en el hotel Superwoof, los perritos disfrutan de tratamientos de limpieza y belleza de primer nivel: baño, secado y cepillado de pelo, limpieza de oídos y un delicado corte de uñas.

El establecimiento Superwoof es un hotel que recibe toda clase de perros. Por ello se acomodan a la cartera del dueño: hay habitaciones económicas donde el perrito puede interactuar con otros. Pero si el perro necesita de privacidad y tiempo a solas, el dueño puede pagar una suite privada. Superwoof es también un centro de día donde los perritos pueden divertirse y después regresar con su dueño. Además, cuentan con un servicio de bodas para lomitos enamorados. ¿No sería necesario un servicio de asesoría legal en caso de que los desencantados perritos deciden separarse? ¿Quién debería llevar el caso: un perro o un humano?

La polémica desatada en redes gira alrededor de estos lujos dedicados a los lomitos, en un mundo donde millones de personas viven en la pobreza. Sudáfrica, no lo olvidemos, es un país con grandes desigualdades económicas. Algunas personas han comentado que ahora los perros “viven mejor que los seres humanos.” “Hay que disfrazarse de perro para ver si te tratan así de bien”, objetan algunos críticos.

Me parece que la pobreza, por sí misma, es suficiente para indignarnos. No tendríamos que recurrir a ver cómo viven algunos perros para recordar las injusticias que impiden a familias enteras poseer lo mínimo necesario para no pasar hambre, para tener una vivienda digna, oportunidades educativas y laborales, un buen servicio médico. No podemos darnos el lujo de olvidar la dignidad humana.

Ahora, los perros, claro, no tienen culpa alguna en el problema de desigualdad entre seres humanos. Así como los lomitos no pueden dejar una mala (ni una buena) crítica del Superwoof, tampoco son ellos quienes no están cumpliendo con su parte para evitar la injusticia ni la pobreza. En todo caso, me parece, podríamos preguntarnos si es de buen gusto un hotel de este tipo.

¿Qué opinan? Por mi parte, me pregunto si un perro exige vacacionar en un hotel para perros de “seis estrellas” o si le da igual. ¿Se sentirá más importante al ser él quien use la suite en lugar de un cuarto compartido con otros perros? ¿Preferiría una infusión de hierbas antes que el agua que sale de la manguera cuando su dueño lava el auto? Si le dieran a elegir entre un hotel de 2 estrellas y otro de “seis”, ¿cuál elegiría? ¿Su decisión estaría basada en la calidad del champú? Me parece que la elección final siempre sería la del dueño, la del humano.

El Superwoof, no está de más decirlo, dona sus ganancias al WOOF Project, una fundación dedicada a incentivar la adopción de perros de diversos refugios. Pagar el hotel o el día de spa para el perro es una manera indirecta de donar a esta causa.

Pero, díganme. ¿Ustedes qué piensan?

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana