Foto: Gabriela Esquivel “Libertad”, reza el capote del torero José María Mendoza, mostrando un grabado de un toro de lidia embistiendo  

“Libertad”, reza el capote del torero José María Mendoza, mostrando un grabado de un toro de lidia embistiendo, mismo que ocupa para evitar la embestida de otro toro, uno de verdad, en la Plaza México.

La palabra y la imagen no son casualidad en la corrida que se celebró este domingo, es una protesta ante la amenaza en ciernes que viene desde el Congreso de la Ciudad de México de terminar con las corridas de toros por considerarlas un espectáculo sanguinario y de alta crueldad animal.

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En España ya se han usado antes capotes similares , también en el contexto de quienes buscan prohibir las corridas; para la Plaza México, hoy es una oportunidad y a sus redes sociales suben la foto del torero y su capote con la leyenda #Prohibidoprohibir.

Mientras, a las afueras de la plaza, un grupo de antitaurinos realiza otra clase de protesta, con mantas y megáfonos contra la fiesta brava, eso sí, amparados por una hilera de policías antimotines, que disuaden a la afición taurina de ponerse brava contra los ambientalistas.

Pero los taurinos pasan como si nada a la plaza, amparados por música que acalla por igual gritos y megáfonos.

Solo se detienen para tomarse la foto del recuerdo con las esculturas de famosos torero y para comprar recuerdos de la fiesta, como cabezas de toro y capotes de peluche.

También los hay quienes adquieren o llevan desde casa un cojín, para no estar incómodos al sentarse en las gradas de cemento.

“Pistaches, papás, alegrías o servicio de bar”, gritan los vendedores, presentes en todos los conciertos, partidos de futbol, lucha libre y también aquí, en las corridas de toros.

De pronto, suena la melodía “Pasodobles“, para anunciar la partida de plaza y, al cabo de unos minutos, dos personas montadas a caballo salen a recorrer el ruedo, anunciado a los asistentes que ha llegado la hora de tomar su lugar.

Inicia la pasarela de jinetes, novillos y forcados, ante lo cual los amantes de la fiesta brava gritan con fervor “Olé…”, señal de que la fiesta ha comenzado.

Es entonces cuando, como si de una pelea de box se tratara, se muestra el nombre, peso y ganadería del toro, en este caso el “Pibe“, un ejemplar de Lidia con más de 400 kilos de peso.

Sale el animal y lo hace con bravura, a toda velocidad, con los cuernos por delante y listo para embestir.

Es un espectáculo que genera sentimientos encontrados, la plaza de toros recuerda en cierta forma al coliseo de la antigua Roma y, torero y animal, a una lucha de gladiadores: una pelea a muerte.

Pues sí, no en vano España fue provincia romana, y México, provincia de España; son las herencias de siglos de historia.

En esta batalla entre el humano y la bestia, el primero lleva ventaja y uno acude a la plaza sabiendo de antemano (con raras excepciones) cuál será la suerte del animal.

Efectivamente, tras algunas fintas el torero asesta un golpe final. El toro, una bestia imponente, fuerte, con músculos marcados, comienza a tambalearse y cae muerto al suelo de arena.

Y como en la antigua Roma, la muerte del contrincante trae la ovación del público, quienes aplauden de pie, y lanzan gorras y ropajes al aire en señal de victoria.
Espectáculo sí es, pero no para todos.

LEG