Julio Patán

 

Era un trabajo extraordinario, uno de esos que, pensarías, solo pueden nacer de la creatividad del pueblo bueno. Increíble. La mirada hacia el infinito, ese horizonte feliz, feliz, feliz, donde todos nadamos en combustóleo, rebosantes de salud por la vacuna cubana, mientras el Presidente Eterno goza de un 476% de popularidad, según una empresa líder en el ramo de albañilería. Pero detengámonos en la mirada. ¿Te fijaste? Conjuga la bondad de un hijo humilde del trópico tabasqueño, con ese no sé qué de ingenuidad tipo indígena de la época de oro del cine mexicano al que está a punto de aparecérsele la Virgen para premiar su bondad, y la firmeza de un líder de alcance mundial, un férreo defensor de las causas populares dispuesto a arrancarse los botones de la guayabera y poner el pecho para detener las balas del imperialismo yanqui. Qué estatua maravillosa; qué obra de arte. Atlacomulco brillaba.

Súmenle ese porte erguido, propio de un atleta keniano o, mejor, de un guerrero águila. Qué dignidad: esa estatua gritaba “Aquí se cuida la investidura”. Al mismo tiempo, no era una figura de machuchones, de fifís. Nada de pantaloncitos a la medida como los del francés ese, Macron. No: un detallazo, que los pantalones se le arrugaran en la parte de abajo. Realismo puro. Jurarías que le pusieron también los zapatos sin bolear. ¡A huevo! Así va un verdadero hijo del pueblo, un hombre que ya no se pertenece.

Y luego está ese puño cerrado sobre el pecho. Los ardidos de la oposición dicen que parece que se estuviera dando golpecitos como cuando uno repite la comida. Que las tlayudas le cayeron pesadas, y que por eso la otra mano la tiene sobre la panza. Como de viernes en cantina, botanas gratis al segundo trago. ¿Puedes creer? Ellos no saben lo que es compartir el pan y la sal con el pueblo bueno. O la tortilla, pues… No saben lo que es mancharse las manos con salsa en un restaurante popular. De todas maneras, esa mano lo que dice es: “El neoliberalismo me duele como un puñal en el pecho”.

Sí, un monumento maravilloso, entrañable, reconocimiento mínimo para el hombre que cambió para siempre el curso de la historia: el Benemérito de Macuspana. Uno ve las fotos de su efímero reinado en Atlacomulco y tiene ganas de decir: “Que venga de regreso esa estatua”.

Lamentablemente, no es posible. No, no porque no se pueda hacer de nuevo. Lo que pasa es que, como ya nos explicaron algunas de las mentes más agudas de la 4T, en realidad el que la mandó a hacer fue Felipe Calderón.

 

@juliopatan09