En el futbol, como en la política, los principales valores que se venden son esperanza e ilusión. Acaso por ello sea una actividad tan lucrativa, cuando se trata de equipos en racha positiva se insiste en que se mantendrá la gloria e incluso irá a mejor, cuando se trata de clubes en franca decadencia se garantiza tener la fórmula para revertir la debacle.

No dudo que si se aplicaran al futbol los adjetivos que acompañaban en el nombre a los reyes de otras épocas (Felipe, El Hermoso; Isabel, La Católica; Guillermo, El Malo; Ludwig, El Loco), Xavi Hernández ya tendría un largo listado a añadirse a su nombre: Xavi, el deseado, el añorado, el esperado, el anhelado.

Para un equipo como el Barcelona cuya esencia se recarga no sólo en ganar sino en la manera de hacerlo, el hijo prodigio de la casa tenía que ocupar en cuanto se retirara el banquillo de la institución. Máxime si Xavi, como poquísimos de sus colegas, convirtió su juego en un derroche mucho más cerebral que físico o técnico. De ahí se infiere que quien tanto pensó y reflexionó con el balón en los pies, tiende a hacerlo sublimemente ahora como dueño de la pizarra.

Tiende. Nada más. Ninguna garantía. Para trasladar a la dirección técnica las conquistas hechas antes como jugador hacen falta varios factores, incluido uno que no controla nadie: el tiempo. Es decir, llegar a la posición de mando justo cuando una gran generación esté surgiendo en el club (y, claro, tener la capacidad para primero detectar a esa generación y luego potenciar su nivel).

¿Qué habría sido de Pep Guardiola si en sus inicios en el Barça no se topa con semejante constelación en ciernes? Me atrevo a decir que lo mismo que a esa constelación si Pep no aparece en su camino en el momento exacto: una incógnita.

El futbol, como la vida, depende de los extraños e impredecibles matrimonios de tiempo y espacio… aunque siempre pensaré que el talento termina por imponerse.

Xavi, por deseado y esperado que sea, recibe las llaves de un equipo en bancarrota, con su peor plantel quizá en más de dos décadas y con una perspectiva muy limitada de poderse reforzar a corto y mediano plazo. Habrá de armarse de soluciones en casa, como antes hizo Guardiola… aunque asumido que la mina que Pep encontró es casi irrepetible.

Estigmas políticos al margen, la más clara diferenciación entre Barcelona y Real Madrid radica en la manera de ganar. Si los merengues han probado históricamente que su estilo consiste en ganar, los blaugranas pretenden siempre hacerlo desde una estética, descendiente directa de la Naranja Mecánica holandesa de los setenta, evangelio recibido por el profeta Cruyff. Cuando algún terco o valiente se atrevió a refutar esa esencia, no importó si ganaba. Donde forma es también fondo, respetar el cómo es obligado.

Si el Barça ha ofrecido al Camp Nou esperanza e ilusión con Xavi, lo primero que la afición le ha de ofrecer es paciencia. Bajo las circunstancias actuales, sin ella será imposible.

 

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.