Ahí estaba Delfina Gómez, la secretaria de Educación Pública, en el ambiente controlado de las conferencias mañaneras de Palacio Nacional, dando cuenta de un protocolo de regreso a clases presenciales que no contempla ni siquiera la ventilación de los salones.

Sí, en ese mismo estrado donde Andrés Manuel López Obrador ha centrado el ejercicio del poder, Gómez Álvarez daba cuenta, con la eterna presencia del Presidente detrás de aquel que tiene acceso al micrófono en ese templo de la propaganda, de la carta responsiva en la que padres, madres y tutores tenían que asumir el costo de que los menores de edad regresaran a la escuela presencial.

La secretaria Gómez siempre aparece en ambientes muy bien cuidados, por eso, aquel día de la presentación del “decálogo para el regreso a clases” no se permitió una sola pregunta para evitar, claro, las preguntas incómodas.

No hay manera pues, de que Delfina Gómez haga algo que no tenga el visto bueno de su jefe, el Presidente. Por eso, cuando López Obrador se declara ignorante de la carta compromiso que su subordinada presentó en su presencia es evidente que falta a la verdad.

Las alegorías de la responsabilidad de la actuación de los que ve por debajo de él, por influencia del neoliberalismo, como si fuera un virus, son palabras para la feligresía que lo entenderá como una razón. La señorita que le echa la culpa a los medios es parte de la decoración para sus incondicionales.

La famosa carta compromiso era un mecanismo político para deslindar de responsabilidades a la 4T de lo que pudiera pasar con la decisión de regresar a clases presenciales en pleno pico de la tercera ola de contagios del SARS-CoV-2 y sin protocolos realmente adecuados.

Pero la reacción social ante el evidente intento de lavado de manos de las responsabilidades gubernamentales llevó al Presidente a aplicar una de las tácticas favoritas: responsabilizar a cualquier otro de la pifia, ubicar al pasado como el eterno responsable y presentarse como el eterno componedor.

Son palabras del propio Andrés Manuel López Obrador de que no se hace nada sin que lo sepa el Presidente. Y mucho menos si son acciones de su propio gabinete.

Pero la estrategia de buscar que otra mano aviente la piedra y medir las consecuencias es parte del modus operandi político de este Gobierno.

Los ejemplos sobran, dentro y fuera de su primer círculo y también en otros poderes, muy en especial en el legislativo.

Aquella inclusión de último minuto en un artículo transitorio en las leyes secundarias de las reformas al poder Judicial, para tratar de extender el mandato de forma anticonstitucional del ministro presidente Arturo Zaldívar, no fue una ocurrencia de un legislador mediocre del Partido Verde, fue orden de Palacio. El propio Presidente no tardó en hacer suya la defensa de la intentona de extensión del mandato.

El episodio de la famosa carta no revela, confirma, el proceder de las políticas públicas con base en los efectos políticos y de imagen que puedan tener. El control de daños incluye la negación y hasta el burdo intento de responsabilizar a los medios de crear el conflicto. Nada nuevo.

 

@campossuarez