Desde hace una semana, la agenda de los líderes del mundo occidental estuvo en gran medida basada en la del presidente estadounidense, Joe Biden. Se reunió el “club de los ricos” del G7 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Japón y Canadá) en Reino Unido; también fue la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, dibujada desde la mitad del siglo pasado y con la finalidad de formar un bloque militar de cooperación mutua.

El demócrata Biden se reunió con el mandatario ruso Vladimir Putin, en Ginebra, en una reunión esperada por el mundo. Ambas naciones llevan décadas confrontadas, pero la tensión creció cuando el americano insinuó que Putin era un asesino, y el europeo respondió: “se necesita uno para reconocer a otro”. El premier británico Boris Johnson fue anfitrión del G7; en esos lares, Biden aprovechó para visitar a la Reina Isabel II. La Unión Europea también abrió la puerta a Biden, y felices se dijeron por ya no tener que lidiar con Donald Trump.

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