Vi un post en las redes sociales de Pictoline que realmente me deprimió. Hablaba sobre el languidecer, uno de los “sentimientos predominantes” de este año, de acuerdo con The New York Times, la fuente de esta infografía. Básicamente consiste en estar vagando por la vida sin un rumbo, sin un objetivo, viviendo en automático.

En 2020, experimentamos un torbellino de emociones, desde las más positivas hasta las más negativas. Ahora, hemos perdido la esperanza colectiva. Ya nada ni nos importa demasiado, ni nos da tanto coraje. Ahora sólo nos encogemos de hombros y transitamos por las etapas del eterno Covid, esperando que alguien despierte nuestra chispa, las ganas de hacer aventuras.

¿Por qué la gente ahora es tan pesimista? Parte tiene que ver con el bombardeo de noticias acerca de la situación mundial. Pero las redes sociales tampoco nos dejan escapar de esta lúgubre situación, porque siempre habrá algún usuario compartiendo la noticia sobre dónde se encontró la nueva variante, un post de alguien expresando su descontento por quienes salen, o incluso los chistes de la gente sobre que este es el fin del mundo ya perdieron toda su gracia, porque nos lo estamos empezando a creer.

¿Se acuerdan cuando Facebook era solamente una red social donde stalkeabamos a quien nos gustaba o a quien nos rompió el corazón? ¿O el lugar donde etiquetábamos a nuestros amigos en retos absurdos? ¿O donde sólo veíamos memes graciosos?

Facebook sigue siendo eso, pero también se convirtió en el hogar del pesimismo. La situación sanitaria que vivimos es una sin precedentes, claro, más el peso en la salud mental de estar expuestos a tanta negatividad también puede ser catastrófico. Sí, ya todos nos sabemos las reglas de sana distancia. El “quédate en casa” está tatuado hasta en nuestra nuca. Pero a veces uno necesita salir, para ver a algún familiar enfermo, para comprar víveres, para escapar, aunque sea un rato, de una situación de violencia, para alimentar a su familia o para ir al parque porque su mente ya no puede más. Claro, no podemos vivir como si fuera 2019, pero poco a poco debemos darnos permiso de hacer ciertas cosas que nos llenen, por el bien de nuestra mente. Porque el existencialismo lo exige.

Ya desde hace tiempo dejamos de creer en una fecha, en un calendario. Y esa falta de claridad nos hace sentir como si estuviéramos caminando en la neblina eternamente, sin rumbo fijo.

Pero la vida debe seguir.

Porque, si realmente fuera el fin del mundo, haríamos mucho más que estar encerrados en casa, mirando al techo, esperando a que las cosas mejoren como por arte de magia. La vacunación es la gran esperanza para nuestro bienestar y renacer como sociedad. Aun así, con muchos escépticos, gente excesivamente precavida y las variantes, quizá nunca lleguemos a proteger a todos.

Dentro de lo posible, tratemos de cuidarnos en la calle, pero también cuidar de nuestra motivación. Porque vivir en automático, sin aspiraciones, o con todo en pausa, es como no vivir.

 

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