Las lágrimas comienzan a brotar de los ojos de Emilia Villegas, mientras habla sobre la partida de una mujer muy joven a la que vio morir, con la frustración de no poder hacer nada más para salvarla. Y es que ella, como enfermera, es una guerrera en una batalla que ya lleva más de un año en contra del Covid-19.

Desde que la pandemia llegó ha leído cientos de cartas, tristes y emotivas, de despedida o esperanza, escritas por pacientes o sus familias, debido a la imposibilidad de verse, abrazarse, una vez que los primeros han sido internados y aislados para evitar más contagios.

Una de esas cartas la escribió la joven cuyo recuerdo provoca las lágrimas que se deslizan por las mejillas de esta combatiente de 41 años.

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Con voz temblorosa, Emilia narra que la chica tenía esperanzas de salir sana, aunque las probabilidades de perder la batalla también eran altas, fue por ello que la paciente decidió escribir un mensaje para sus tres hermanos, en el que les pedía cuidar de su padre, llevarse bien entre ellos, evitar peleas y ser una familia más unida.

Poco después la chica fue intubada y la vida se le fue escapando por ese mismo tubo, hasta su último aliento.

“Las personas tienen fe y seguridad de que van a estar bien… y muchas veces fallecen”, señala Emilia, quien recuerda con frustración otro caso, el de una mujer de 29 años que tenía grandes deseos de regresar con sus hijos, lo que ya no fue posible.

Ahora, con la campaña de vacunación que arrancó desde diciembre, la enfermera no pierde la esperanza de que en esta travesía llena de obstáculos que es la pandemia, la llegada a puerto esté cada vez más cerca.

Pero mientras eso sucede, los casos de molestias respiratorias no paran de cruzar las puertas del Hospital General de Zona 29, donde ella trabaja.

El reloj marca las 14:00 horas y para Emilia es hora de ingresar a la Clínica 29. Es el momento de colocarse el traje blanco, el cubrebocas, la careta y los guantes cual soldado que se alista para el combate.

Está consciente de que ayuda a las personas y sabe que le da un buen ejemplo a sus hijos: “Si me muero, al menos que digan que su mamá estuvo en todo esto del Covid-19“, dice con la modestia que se espera de los héroes.

Cuando recién iniciaba la contingencia, su rutina era todavía más ardua, pues le tocaba trabajar de noche en el Autódromo Hermanos Rodríguez, convertido en hospital temporal contra el Covid-19. Ahí fue donde aprendió la clave para sobrevivir entre tantas muertes: no tener miedo.

“Yo no siento miedo, el miedo paraliza y eso no me dejaría avanzar”, expresa, pues dentro de su experiencia dentro de aquel lugar, percibió que emociones como el enojo, el odio, el rencor o el temor, hacen a uno más propenso a contraer el virus.

Pero pese a todos los cuidados, el Covid terminó tocando a su puerta: Su propio padre enfermó y a su esposo le invadió el pánico, al grado de pedirle que ya no fuera a trabajar a la clínica.

Ante la adversidad algunas personas se crecen… y Emilia se creció para responderle a su esposo con un rotundo “No”.

Una negativa surgida del deber, de ese que llama a seguir en el frente de batalla hasta derrotar al enemigo.
Hasta el final.

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LEG