El 4 de marzo de 1924 murió en la Ciudad de México el poeta Manuel M. Flores, considerado uno de los poetas más representativos del romanticismo mexicano.
Entre sus obras más importantes destacan “Pasionarias” y “Rosas caídas”, en las cuales plasmó versos de amor, melancolía y pasión; algunos de sus poemas más famosos son “Amémonos”, “Francesca”, “Pasión” y “Soñaba”.

Flores nació en Guanajuato en 1853 y creció rodeado en el contexto mexicano previo a la revolución, en el apogeo de la dictadura del ex presidente Porfirio Díaz. A los 19 años empezó a estudiar filosofía en el Colegio de San Juan de Letrán, pero debido a la guerra de reforma abandonó sus estudios para unirse al combate, tomando posición en el partido liberal. También participó en la intervención francesa, periodo en el cual fue capturado y recluido en la Fortaleza de San Carlos de Perote.

Posterior al término del conflicto fue liberado y formó parte del Congreso de la Unión, donde fungió como diputado por 20 años. Durante buena parte de su vida se dedicó a la política, preocupado por el sector de educativo, dio fundamento preciso a la enseñanza objetiva; fue uno de los primeros directores de las seis primeras escuelas primarias con subsidio federal y abogó en contra del sistema de educación lancasteriano.

Pese a que abandonó su carrera, años más tarde aún seguía escribiendo poesía, misma que lo guió en su juventud con otros personajes cercanos al ámbito literario, como Manuel Acuña e Ignacio M. Altamirano, así convirtiendo su poesía en el lazo íntimo desde tiempo atrás.

Cabe destacar que su última obra ‘Rosas caídas’, no vio la luz sino después de la muerte de Manuel M. Flores, ya que se trata del mismo diario del autor. La admiración que le tenía Ignacio Altamirano lo condujo a publicarlo, cuya opinión reside en el prólogo de este su último libro: “la savia fecunda de la fe y del amor, a veces en la forma más sensual. Era la pasión despertándose poderosa y exigente en un corazón virgen.”

Hoy por hoy, todo aquel que lee sus versos enamora a más de uno, convirtiéndolo en un clásico del romanticismo mexicano.

“Soñaba yo: mis párpados henchidos
de lágrimas sentía;
soñé que estabas en la tumba, muerta,
y muerta te veía…
Era un sueño no más, pero despierto
lloraba todavía.

Estaba yo soñando, y por la cara,
el llanto me corría;
soñé que te arrancaba de mi lado
alguno, vida mía…
Era un sueño no más, pero despierto
lloraba todavía.

Soñaba yo… Me ahogaban los sollozos,
el llanto me bebía…
Estaba yo soñando que me amabas,
¡soñando que eras mía!
¡Era un sueño no más, no más que un sueño,
y lloro, más que nunca, todavía!”
Soñaba
Manuel M. Flores

 

PL