@guerrerochipres

Sorpresa, incredulidad, preocupación, evidencia de descuido en seguridad, entre diversas reacciones, fueron generadas por el acercamiento de un joven desconocido al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, durante la conferencia matutina de este 1 de marzo.

Pese a la manera inesperada en la que José Luis abordó al Presidente, éste lo recibió, permaneció quieto, no se retiró de él, paciente y cercano para escucharlo, incluso tomó su brazo izquierdo.

Escuchó al hombre de 31 años, quien en unas cuantas frases resumió su historia de vida con la finalidad de obtener la ayuda que le ha sido negada desde que entró a la cárcel y una vez en libertad.

No existe precedente de un acercamiento semejante y por lo tanto tampoco de la aceptación de un primer mandatario ante quien, sabríamos después, había sido una Persona Privada de la Libertad.

Miles de personas después de haber estado recluidas no encuentran la manera para reestructurar su vida y salir adelante. Nadie cree en ellos. Nadie les da una segunda oportunidad.

José Luis estuvo preso en Durango, acusado de traficar droga, y una vez libre no puede encontrar trabajo, resumió la Presidencia.

El dialogo breve exhibió tanto la generosidad y paciencia del Presidente como el descuido de seguridad de su equipo cercano. Un día después de ser insultado por patanes en la parte trasera de su vuelo comercial, López Obrador no varió un ápice su estilo de proximidad con todos y con cualquiera.

Con un simple gesto, el mandatario frenó la acción de seguridad. Tras unos segundos, Leticia Ramírez, de enorme experiencia y sensibilidad, titular de Atención Ciudadana, subió al pódium y unos segundos después se retiró con el hombre para atender sus demandas.

Ante una audiencia abierta en una transmisión en directo, el lenguaje verbal y no verbal del mandatario es demostración potente de una estructura de pensamiento y de un estilo de gobernar.

Un personaje auténticamente abierto desde el ejercicio del poder y otro personaje proveniente de la capacidad de impartición de justicia y de remisión al sistema penitenciario, dialogaron brevemente en privado en el centro del espacio más público de la nación.

La tensión real alrededor de la escena transita con permisiva suavidad ante el desconcierto de seguridad y la inquietud de los informadores que hallan nueva evidencia de la serenidad y capacidad de gestión de presiones imprevistas por parte del mandatario.

El mismo día en que los periodistas que no simpatizan con AMLO difunden en sus trincheras, con legitimidad y eventualmente sin plena razón, percepciones e imágenes de AMLO como un personaje al que se presenta como predominantemente intolerante y autoritario, el Presidente de la República recibe y acepta a un exsentenciado.

Sin ensayo, con riesgo, a partir de su propia forma de identificar espontánea y persistentemente su responsabilidad frente a personajes de cualquier camino de la vida, AMLO dialoga.

La escena tiene un peso y el silencio de su significado también importa.