Alonso Tamez

La presidencia de México conlleva grandes poderes formales: nombrar al gabinete legal y ampliado, definir la política económica, comandar a las Fuerzas Armadas y definir la estrategia de seguridad, y dirigir la política exterior. Estos emanan de la Constitución y nos impactan todos los días.

Pero el poder más importante de un presidente mexicano, o de cualquier otro en un sistema presidencial, no emana de la Carta Magna. Me refiero al “poder del pedestal”: la capacidad de un mandatario para establecer las prioridades nacionales, las del Congreso, y de fijar la agenda pública.

Mientras no sea excesivamente impopular, un presidente va ser escuchado solo por ser la autoridad máxima y tener información que el ciudadano común desconoce o ignora. Por ejemplo, uno puede detestar a un mandatario. Se vale. Pero si este dice que evidencia reciente califica como peligrosa o mortal a X práctica, es probable que parte de la población modifique su actuar. Este es el “poder del pedestal”.

En la actualidad, esta gran herramienta está siendo desperdiciada por Andrés Manuel López Obrador. El presidente podría usar su pedestal para conminar a la población al uso del cubrebocas sin mensajes contradictorios o tibios, tal y como lo hace Joe Biden. Pero no. Aún contagiado de COVID-19, el presidente se niega a usarlo, como lo ha hecho desde marzo.

Tal parece que las vacunas llegarán a cuenta gotas en los próximos meses. Por lo mismo, la promoción del cubrebocas desde el pedestal presidencial seguirá siendo necesaria. Lo ideal sería que López Obrador, habiendo superado el virus, se volviera el principal promotor de estas piezas.

Desafortunadamente no lo hará. En lugar de usar su pedestal para—ahora sí—coordinar el autocuidado de la gente, lo usará para atacar adversarios y proteger las corruptelas de sus cercanos, como hasta hoy. En una situación como la que vivimos, desperdiciar el “poder del pedestal”, o cualquier otro que pueda ayudar a contener el coronavirus, es absolutamente inmoral.

@AlonsoTamez

 

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