Es domingo por la mañana y mi abuela materna casi no puede respirar, su nivel de oxígenación ha bajado y necesita con urgencia un hospital. La pesadilla del Covid-19 ha tocado a la puerta de mi familia y la peor parte la lleva esa mujer, ese ángel de 81 años de edad que me vio crecer.

Mi padre y mi madre (que además lucha contra un derrame cerebral) también están contagiados, aunque con tos y fiebre, son más jóvenes y fuertes, pero aún así deben permanecer en aislamiento; es por ello que la responsabilidad de buscar un hospital para la abuela recae en los hombros de mi tío y míos.

Primero vamos al Hospital General de La Villa, el más cercano que aparecía en color verde en el mapa de hospitales Covid que el Gobierno ha puesto a disposición en la App CDMX.

Es comprensible que la aplicación no se actualice en tiempo real, pero también debería aparecer que ya existe fila para ingresar al hospital, porque al llegar resulta que las camas ya fueron ocupadas por pacientes que llevan horas fuera del nosocomio.

Y ahí están los que todavía esperan, personas como mi abuela, luchando por respirar, y familiares como mi tío y yo, con la cara desencajada unos, resignada en otros. Los peores son los que están al borde las lagrimas y el llanto, pues son el rostro mismo de la desesperación de recibir negativas, de buscar de un lado al otro de la ciudad, de ver como poco a poco la vida se apaga en un ser querido.

Sin perder el tiempo volvemos a revisar la aplicación y decidimos movernos a la clínica 24 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero el mismo escenario se vuelve a repetir: decenas de personas esperando a las afueras, en sus autos, en taxis, en plena calle; pacientes débiles, algunos, los más afortunados, conectados a tanques de oxígeno.

Salen médicos y piden a las personas que se registren e incluso que pasen a la Unidad de Triage… pérdida de tiempo, pues tras la revisión informan que no hay camas.

¿Por qué? Si éste también aparece en color verde, como el anterior, como en La Villa.

Los médicos recomiendan ir al Hospital General Rubén Leñero, donde aún sin bajarse de su vehículo se enteran de que no hay camas desde hace días.

“Esto está colapsado, lo sentimos mucho, en verdad ya no hay camas; hay gente esperando desde hace más de 12 horas con sus pacientes saturando al 67; lo sentimos mucho, nos duele igual que a ustedes”, dice una doctora, con el rostro pálido y las marcas de los lentes protectores en los ojos.

Los ojos, tristes y devastados de quien ve todos los días a la muerte, de quien a diario tiene que decir: “Lo siento mucho”.

La búsqueda para poder internar a la abuela nos lleva hasta el Hospital General de México y el Siglo XXI; ambos en la misma situación, sin camas y con decenas de personas buscando una.

Mientras tanto, los demás parientes han estado al teléfono, buscando desesperadamente un hospital privado, pero en todos la respuesta es la misma: no hay camas.

La situación se complica cada vez más, pues aunque la saturación de la abuela es de 88, mejor que la de otros que esperan, su piel comienza a ponerse pálida.

Pero todavía no nos rendimos. Ahora estamos en el Hospital Juárez, donde sólo encontramos más negativas y disculpas, corteses, sí, pero negativas al fin y al cabo.

“No hay camas, estamos saturados, no es cierto lo que marca la aplicación, todos los hospitales están saturados, en verdad lo sentimos mucho”, dice un doctor, con un nudo en la garganta, ante la desesperación de no poder recibir a más pacientes.

Vamos al Hospital de Ortopedia, que días antes se había reconvertido para atender a pacientes con coronavirus, parte de la carrera que el Gobierno mantiene con la enfermedad, inyectando más y más camas ante la saturación hospitalaria que no deja de crecer. Pero tampoco hay suerte.

Por fin, los cielos se compadecen de nosotros y llegamos al Autódromo Hermanos Rodríguez, la Unidad Temporal operada por el IMSS, donde, bendito Dios, por fin encontramos camas.

Vemos con alivio como los médicos conectan un tanque de oxígeno a la abuela, quien en poco tiempo recupera el color y su saturación sube a 91.

Nos despedimos de ella, a quien se llevan en silla de ruedas al interior del Autódromo. Palabras finales de aliento: “Te amo”, “vas a estar bien”, “recupérate”.

En el lugar hay una campana denominada “De la Victoria”, que sólo tocan los pacientes que logran recuperarse de la enfermedad, que logran salir a ver a su familia de nuevo, a abrazarlos, a hablar con ellos, a beber un trago, a reír, a vivir.

Pero no es el caso de María Luisa, mi abuela, que cuatro días después de ser internada, de ser atendida por esos ángeles en bata blanca, fue recibida con campanas en el cielo.

FRASE
“Ya no tenemos lugar, para qué le digo que sí y los hago esperar, si no es verdad; además, sí la aceptamos aquí, sólo es para que su madre muera, no tenemos tampoco los equipos necesarios, en verdad una disculpa”

Infografía: Xavier Rodríguez

LEG