Dr. Héctor Zagal

Héctor Zagal
(Profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

El 1° de octubre es el Día Internacional del Vegetarianismo. Aunque podría pensarse que el vegetarianismo es un régimen alimenticio reciente, en realidad tiene al menos unos 2 500 años de antigüedad en occidente. Los pitagóricos llevaban una dieta privada de carne y hasta de leguminosas. A estas últimas las consideraban impuras, ya saben, por aquello de que provoca gases… Empédocles, otro filósofo presocrático también predicaba las bondades del vegetarianismo. Creyente de la reencarnación, Empedócles temía disfrutar del alita o piernita de algún antepasado reencarnado en pollo.

Actualmente, los promotores del vegetarianismo no hablan de reencarnaciones, sino de la crueldad con la que se mata a los animales para consumir su carne y las torturas a las que son sometidos para obtener algunos de sus productos –como la leche, el queso o los huevos. El tema es una preocupación por los animales y la explotación de la naturaleza. Por lo general, a los vegetarianos más estrictos y comprometidos con el activismo a favor de los derechos de los animales se les conoce como veganos.

Ser vegetariano o vegano no es cualquier asunto. Reconozco que su conocimiento en cuestiones nutricionales es amplio y profundo, pues dar con una dieta balanceada en donde la proteína animal debe ser sustituida no es tan sencillo como podía pensarse. Lo ideal es acudir con un nutriólogo para determinar las porciones de cada alimento para mantener la salud del cuerpo.

Las restricciones gastronómicas pueden verse motivadas por distintas razones: religiosas, nutricionales, estéticas o morales. Pensemos que las razones anteriores son, por así decirlo, voluntarias. Si bien hablar de restricciones parece ir en contra de la voluntad libre, en realidad hay un paso previo a considerar ciertos alimentos como prohibidos: la elección deliberada.

Aceptar preceptos religiosos, someterse a ciertas dietas con el objetivo de alcanzar una apariencia deseada o evitar alimentos de origen animal, suponen una elección libre. Son decisiones dignas de respeto. Sin embargo, existen situaciones que nos obligan a restringir nuestra alimentación. Por un lado se encuentran condiciones médicas –como la alergia o sensibilidad a ciertos alimentos–, y por otro una condición de pobreza. Lamentablemente no todas las personas están en condiciones de elegir el régimen alimenticio de su preferencia.

La carne se ha ido abaratando con el tiempo. Sin embargo, es cierto que muchas personas no pueden tener acceso a la variedad de alimentos necesarios para tener una dieta balanceada. Privarse de ciertos alimentos debe ser una elección propia. La pobreza no debería ser la que eligiera la dieta de las personas.

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@hzagal

LEG

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana