Foto: Reuters/ Archivo Chelita había sufrido un derrame cerebral y estaba internada en el Seguro Social de Cuernavaca  

Cuando la pandemia comenzó, la familia de Chelita, como todos le llamaban, se mantuvo en casa.

Los nietos dejaron de visitarla y cumplieron con la cuarentena para evitar cualquier contagio.

Graciela vivía en Morelos con su esposo, y aunque su familia radica en la Ciudad de México, se
comunicaban por teléfono diario. Incluso su nieta la visitó en una ocasión para llevarle despensa y
cubrebocas.

Sin embargo, a principios de junio la familia recibió una llamada avisándoles que Chelita había sufrido un derrame cerebral y estaba internada en el Seguro Social de Cuernavaca.

Aunque la reportaron estable, el doctor recomendó evitar hablar con ella, pues estaba muy débil. Días después, Graciela regresó a casa, poco a poco mejoraba, pero volvió al hospital para una resonancia de rutina y, según sus familiares, ahí comenzó lo peor.

Chelita se había contagiado de Covid-19, pero aún no lo sabían. Dos días después de la visita al hospital, la enfermera que cuidaba de ella les informó que no quería comer y sentía mucho dolor en su cuerpo.

La familia de Graciela recuerda que volvieron a internarla y vivieron cuatro días de incertidumbre, “cada tarde me llamaban diciendo que estaba grave, pero que seguía con vida, incluso hubo un día que nos dijeron que había mejoras”, aseguró su nieta.

“Mi abuela perdió la batalla contra el Covid-19 el 9 de junio a las 7 de la noche”;. Falleció a los 80 años y en medio de la pandemia; no hubo velorio, ni misas, ni siquiera se les permitió verla una última vez, sólo les entregaron las cenizas al día siguiente.

“Jugaba cartas, cantaba, comía pan dulce y daba amor a todas las personas; para mí era mi abuela, la persona que más amaba en el mundo, para el Gobierno se convirtió en un número más”.

CS