Si ayer las calles de Guanajuato no se incendiaron luego de la captura de José Antonio Yépez, El Marro, se debe a que el mando del Cártel de Santa Rosa de Lima (CSRL) paulatinamente ha sido desintegrado.

Puede ser una buena noticia.

Antes de que El Marro fuera detenido, ya habían sido puesto tras las rejas sus cómplices y cofundadores del Cártel, los hermanos Luis Ángel, Fabián y Noé Lara Belman, este último conocido por su grado de violencia extrema al que apodaban El Puma.

El padre de El Marro, Rodolfo Yépez se encuentra detenido pero la mamá del delincuente se encuentra libre por deficiencias en el proceso de su captura.

Literalmente, quienes solo son mujeres ligadas a la familia Yépez son quienes podrían disputar el control de la organización criminal.

En la mira de las autoridades, al menos públicamente, no existe un nombre que pudiera sustituir en la cabeza del organigrama al Marro.

Sin embargo, ni el Ejército Mexicano y las autoridades locales se muestran confiadas.

La base social que construyó El Marro sigue ahí, a la espera de instrucciones -y del pago de su nómina, desde luego-, sin una cabeza visible.

Algún político explicaba que descabezar a un cártel era igual que podar la hierba; después del corte saldrán mil cabezas más.

El riesgo siempre latente, como ya lo ha demostrado la experiencia, es que cada sustituto del líder es más cruel que el anterior porque necesita dejar pruebas de su fortaleza.
Ya se verá si este cártel, que convirtió a Guanajuato en un infierno, tiene capacidad para regenerarse o se desintegrará.

Por lo pronto, los del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) se frotan las manos pues creen que ya no tendrán impedimento para hacerse del control de estado.

Vaya un reconocimiento al Ejército Mexicano y al personal de la Fiscalía de Guanajuato por tan importante golpe.

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Dice el presidente López Obrador que se pondrá el cubrebocas solo cuando se haya acabado la corrupción.

Si interpretamos literalmente sus palabras, entonces es mentira lo que ha repetido decenas de veces: que en su Gobierno ya no hay corrupción.

Hasta pañuelito blanco sacó en una ocasión para anunciar que se había acabado oficialmente la corrupción en el país.

Y como no es así, pues entonces terminará el sexenio sin usar el cubrebocas, contrario a todas las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y gobiernos cuyas estrategias de contención han resultado exitosas.

A esperar sentados, pues.

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Una ceremonia del Grito de Independencia, con 500 personas portando antorchas se asemejará más a un cónclave del Ku Klux Kan que a una celebración por la libertad.

Aunque el Presidente diga que será “un homenaje’’ a los muertos por la pandemia, lo cual suena a justificación sin sentido, quizá el mejor reconocimiento es que siguiera las medidas sanitarias para que los familiares de los muertos no corrieran la misma suerte.

¿En realidad debe haber celebración de la Independencia con público? ¿No podría ser una ceremonia austera -palabra de moda sexenal- que no comprometiera no salud, sino la estrategia del Gobierno -si la hay- para contener la pandemia?

Y el desfile, ¿de verdad es necesario un desfile en el que se corre el riesgo de contagios masivos, justo cuando las estadísticas oficiales muestran -el sábado casi 10 mil contagios- que la pandemia está muy lejos de ser controlada?

¿Para satisfacer a quién o qué un desfile prescindible?