Martha Hilda González Calderón

El bullicio del aula universitaria creció cuando el maestro anunció que daría las calificaciones del examen de derecho administrativo. Adelantó para nuestra sorpresa que todos estábamos reprobados, en distinta medida, pero todos reprobados. Yo había estudiado y el examen no me había parecido particularmente difícil, aunque ciertamente había sido un examen largo de treinta páginas, en el cual se nos pedía que contestáramos preguntas que, por momentos, parecían capciosas. La mayoría de mis compañeros se rebelaron o contestaron hasta donde pudieron. Yo iba a hacer lo mismo, pero cuando vi que todos se salían rindiéndose de antemano, reté a mi mejor amigo a que nos quedáramos a contestar en su totalidad el examen.

Escuchar la cátedra del profesor universitario que ponía a prueba los conocimientos y hasta la paciencia de sus alumnos, fue primero una provocación y después se volvió verdadera admiración. Se convirtió en el punto de unión de ese grupo de estudiantes con su maestro y el incentivo para pedirle que siguiera dándonos clase, en los semestres siguientes, ajustándonos a sus horarios de trabajo. La enseñanza fue más allá del aula universitaria. Fue un aprendizaje que se nutrió de la práctica jurídica en el servicio público. En su caso, los conceptos del aula universitaria se veían materializados en su propio ejercicio profesional: respeto a las instituciones y profesionalización de la política, para darle mayores garantías al ciudadano.

La inspiración que el maestro imprimió en sus alumnos fue más allá de la sola cobertura de los créditos de una materia. No solo aprendimos de su cátedra, nos dio la oportunidad de delinear nuestra vocación de vida. De desmenuzar las relaciones del poder público con los ciudadanos. Del aula, donde disertaba sobre el cuadro teórico del derecho administrativo y sus distintos componentes, pasábamos a ejemplos prácticos en la administración pública.

Fue siempre su insistencia de que debíamos ser perseverantes en todo lo que emprendíamos, para no dejar nuestros sueños inconclusos, obnubilados por los distractores o la indolencia. Los agudos señalamientos del maestro, afilaban la percepción de sus alumnos, como un astrónomo enseñando a sus aprendices a utilizar el telescopio. No solo contribuyó a la formación de abogados, se dio a la tarea de forjar guerreros.

Este 12 de julio, se cumplen 467 años de que en la entonces Nueva España se estableciera la primera cátedra para la enseñanza del derecho en la Real y Pontificia Universidad de México y se dictaron las Ordenanzas de Buen Gobierno. Fue la primera en América Latina y tocó a fray Bartolomé de Frías y Albornoz, impartirla. Como reconocimiento a este importante acontecimiento el presidente Adolfo López Mateos, instituyó el día del Abogado en el año de 1960. Esta fecha es la oportunidad de reconocer a quienes han contribuido a forjar profesionales del derecho en las más de mil escuelas jurídicas, de todo tipo, al interior del país.

Somos parte de un universo de más de 342,809 abogados y abogadas en México, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, (INEGI). De los cuales, de cada 100 profesionistas, 62 son hombres y 38 son mujeres. Siendo su edad promedio de 39.5 años.

Es de resaltarse que la primera mujer que fue parte de la primera generación de abogados en nuestro país, fue María Asunción Sandoval, quien obtuvo el título de licenciada en derecho en el año de 1894. Dar lectura a los argumentos que “tranquilizaban” a las mentes conservadoras de la época, cuando justificaban las incursiones de esas mujeres valerosas, en ámbitos profesionales, llama a risa: “veis como la ciencia no quita a la mujer nada de su poética belleza ni tampoco la incapacita para los más humildes trabajos del hogar”. Era la aceptación de dobles y triples jornadas laborales, que aún hoy en día a más de un siglo después, seguimos padeciendo.

La segunda mujer que estudió Derecho en México fue Clementina Batalla, quien obtuvo su título profesional en 1920 y fue esposa del ilustre mexiquense Narciso Bassols. También es de resaltarse la trayectoria de Remedios Albertina Ezeta Uribe, primera mujer estudiante de derecho en el entonces Instituto Científico y Literario de Toluca, en 1922. Fue jueza, defensora de oficio y notaria pública. Además de haber abierto brecha para muchas mujeres, como la primera diputada federal mexiquense.

De acuerdo con datos oficiales, las entidades federativas donde se concentra más del 46.9% del total de profesionales son: la Ciudad de México, el Estado de México y Jalisco. Los Estados con el menor número de profesionistas son: Durango, Baja California Sur y Campeche.

El INEGI señala que 98% de los abogados trabaja en el sector de servicios. De cada 100 abogados, 59 son trabajadores remunerados y asalariados, 32 trabajan por su cuenta y nueve son empleadores.

Los abogados ganan por hora trabajada, aproximadamente 75 pesos. Las mujeres abogadas que son empleadoras, ganan los mejores sueldos, con 109.8 pesos por hora trabajada; sin embargo, aquellas abogadas que ejercen por cuenta propia, son quienes menos ganan, con 62.5 pesos por hora trabajada.

En nuestros días, las áreas del derecho se han vuelto más especializadas a medida que nuestra vida se ha complejizado más. Hoy el uso de la tecnología digital o “legalTech”, es una realidad inaplazable que obliga a que actualicemos desde el marco jurídico, a las instituciones que le dan viabilidad, pero sobre todo, ésta y otras nuevas tecnologías impulsan a los abogados y abogadas a subirse a la ola del cambio digital para incorporar a las nuevas tecnologías a su práctica jurídica. Actualmente es solamente Brasil quien aparece en el mapa presentado por Legal Tech Initiative Austria, pero se considera que en México, el avance es inaplazable, a pesar de ser aún incipiente.

El examen final que aplicó nuestro maestro de derecho administrativo, fue duro como era de esperarse. A nadie tomó por sorpresa y habíamos pasado largas jornadas, preparándolo. Recuerdo que fue un examen oral que nos llevó casi todo un día. El maestro personalmente nos examinó uno a uno, haciendo aclaraciones o ampliando conceptos. Los resultados fueron muy satisfactorios y hubo quien obtuvo la máxima calificación, al contestar impecablemente los cuestionamientos. Todos y todas, lo festejamos. La semilla había quedado sembrada y cada uno continuó su camino profesional, ya sea en el servicio público, en la política, en la academia y hasta en el arte. Aun conservamos esa amistad, como el tesoro más preciado; pero sobre todo, reconocemos que quien nos unió en ese legendario hilo rojo, fue ese maestro universitario de excepción: siempre será motivo de honor, haber sido alumna de Emilio Chuayffet.

                                                                                                                                                                  @Martha_Hilda