Un problema central en López Obrador es que quiere todo el poder y prestigio que
conlleva el ser presidente, pero nada de la responsabilidad. Sólo le gusta opinar
sobre lo que su mente nacionalista-populista, ve cómo las cosas positivas de su
administración.

Tener que definirse sobre los retos nacionales visiblemente le incomoda. Y si a Peña
Nieto le molestaba que le “movieran” el guión, a López Obrador lo desquicia. Por eso
ataca tanto a quienes lo cuestionan: porque lo obligan a salirse del “script”; a tener
que hablar de algo que no sea él o sus supuestos “logros”. En otras palabras, a
López Obrador le gusta presidir, pero no gobernar.

Recordemos su reacción ante las marchas de mujeres en marzo pasado. En ese
momento, el reclamo era la crisis de feminicidios. Sin embargo, el presidente decidió
que era más importante hablar de su “rifa” del avión presidencial, que del aumento
de 10%, entre 2018 y 2019, en los asesinatos de mujeres sólo por ser mujeres.

Y lo mismo ha pasado con el Covid-19. Las muertes crecen por miles cada semana.
Debemos cambiar la estrategia. Pero no ha ocurrido por que ello implicaría hacerse
responsable del fracaso. Y no olvidemos: todo el poder y nada de la responsabilidad.

En “La corte de Camelot” (2013), Robert Dallek narra la reacción de Kennedy tras el
fiasco de Bahía de Cochinos. “Cuando Kennedy asumió la responsabilidad (…) no fue
sólo un valiente movimiento para proteger subordinados, sino también una
declaración de su convicción: si él se iba a establecer como una figura histórica, debía
estar al centro de todo lo que hacía su administración —los logros y las fallas” (p.
188).

Ser presidente en las buenas y en las malas es una condición indispensable para
alcanzar la grandeza política; esa que tanto le importa a López Obrador. Así que, una
de dos: o él no conoce esta idea, o prefiere ignorarla por cobardía y comodidad.

Sea cuál sea la razón, la historia nos ha enseñado que llegar a la presidencia es sólo
el primer paso para cambiar un país. Un primer mandatario, le guste o no y nos guste
o no, no debe gobernar pensando sólo en gloria personal y en el prestigio del cargo.

Al final, hablamos de la poca madurez política de López Obrador. Como escribe
Dallek, ser presidente implica “la angustia de elegir entre opciones imperfectas y
tener que asumir la responsabilidad por vidas perdidas y dinero desperdiciado, cuando
asesores y encargados falibles toman decisiones equivocadas” (p. 433) que tú
aceptaste.

@AlonsoTamez