En el imaginario mexicano, alimentado desde hace décadas por el nacionalismo revolucionario, acompañado por el pensamiento de izquierda y rebatido por el liberalismo económico, nuestro país vive sometido a los designios de Estados Unidos y ante los embates del vecino del norte lo único que nos resta es envolvernos en la falsa bandera de la soberanía.

 

Así ha transcurrido la larga y accidentada relación México-Estados Unidos, llena de episodios de amor y odio que han sido alimento para las suspicacias de quienes no ven en los vínculos con Washington su verdadero alcance y dimensión.

 

Un nuevo capítulo en la historia de ambas naciones se abrió en la década de los noventa, cuando México decidió transitar por el camino del libre comercio y aprovechar su posición geopolítica para sacar mayor ventaja a su vecindad con Estados Unidos y Canadá.

 

Adoptado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y con el paso del tiempo, México se consolidó en 2019 como el principal socio para Estados Unidos, con intercambios cuyos montos ascendieron a 614 mil millones de dólares, superando a China y Canadá. Si se tratara de un velocímetro, este total se traduciría en un flujo de un millón de dólares por minuto.

 

Quiérase o no, México tiene una dependencia económica y comercial con Estados Unidos que incide directamente en las relaciones políticas bilaterales. Compartimos con la principal potencia mundial 3,140 kilómetros de frontera por la que a diario cruzan de manera legal un millón de personas. De ahí sigue una larga lista de temas que nutren una agenda de diálogo que es ineludible, en la que se incluyen asuntos comerciales, migratorios, consulares, de seguridad, educativos y medio ambientales, entre otros más.

 

A muchos ha sorprendido la decisión del presidente López Obrador de reunirse con su homólogo estadounidense, Donald Trump, con motivo de la entrada en vigor del nuevo capítulo del TLCAN. La sorpresa debería radicar en el carácter tardío de este encuentro, mismo que tuvo que haberse dado al arranque de la administración, incluso antes, en tiempos de transición.

 

Toda reunión entre mandatarios tiene un alto componente político. No hay forma que no existan lecturas distintas ante un hecho así que, inevitablemente, se inscribe en la historia de las relaciones bilaterales.

 

Si existe un país que ha sabido desarrollar una destreza para vincularse con Estados Unidos a lo largo de las décadas es precisamente México. La relación con una de las naciones más injerencistas del planeta es inevitable. De ella dependerá, como ha sido en otros momentos, la forma en cómo saldremos de la crisis que persistirá una vez superada la pandemia.

 

Segundo tercio. La tolerancia de Estados Unidos hacia México ha sido mucha. La clase política en Washington sigue sin explicarse cómo nuestro país no ha logrado superar desde hace décadas retos como los de seguridad, corrupción y derechos humanos.

 

Tercer tercio. No existe vuelo comercial directo entre la Ciudad de México y Washington. El Presidente y su comitiva tendrán que hacer escala en algún aeropuerto estadounidense antes de llegar a la capital de ese país.

 

                                                                                                                                               @EdelRio70