Héctor Zagal
 

En la antigua Roma existía el cargo de dictador. En casos de emergencia, el Senado romano podía otorgar a un personaje, con el visto bueno de los cónsules, poderes dictatoriales durante seis meses. Comandaba el ejército, no tenía que consultar al Senado sobre sus decisiones y gozaba de inmunidad durante su mandato. Este cargo se entregaba únicamente en casos excepcionales en los que se requería que un solo hombre actuara de manera rápida y eficaz para evitar, por ejemplo, alargar una guerra.

¿Qué no puede hacerse con un solo día de poder e inmunidad? Imagínense seis meses. Algo interesante es que muchas constituciones, la de México incluida, cuentan con un apartado que contempla el estado de excepción o casos análogos (que no es lo mismo que inmunidad). Este es un resabio de lo que habría sido el poder dictatorial de la antigua Roma. Prácticamente todas las democracias occidentales contemplan el estado de excepción. El toque de queda es uno de los instrumentos legales del estado de excepción. ¿Sabían que estos días ha sido utilizado en Estados Unidos? Y bueno, algunas “democracias” populares de izquierda, como Corea del Norte, hacen del estado de excepción el día a día. De ellas, mejor ni hablar…

Pero hablemos de las dictaduras propiamente dichas. Las dictaduras modernas se distinguen por provenir, usualmente, de un golpe de Estado o un levantamiento militar. Este fue el caso del franquismo en España. Pero también surgen cuando un gobernante decide prolongar su puesto en el gobierno de manera indeterminada. Hitler, por ejemplo, llegó a ser canciller de Alemania por vía legal, pero, una vez en el poder, alteró las leyes de tal manera que se le concedió poder absoluto. Lo paradójico es que no actuó en contra de la ley. Simplemente cambió las leyes, porque los nazis tenían mayoría en el poder legislativo.

La falta de división de poderes es otra de las características de las dictaduras. De esa manera, un dictador no está obligado a rendir cuentas a nadie. Por otro lado, las dictaduras suelen contar con el apoyo del ejército y, además, contar con un brazo armado para actividades especiales, es decir, sus matones. Los nazis y los fascistas italianos contaban con sus cuerpos de choche para amedrentar a quienes se les oponían. En una dictadura, criticar al líder es delito de lesa majestad.

Hay quienes defienden las dictaduras destacando el rápido crecimiento económico que promueven. Si bien los primeros años de los gobiernos totalitarios parecen de prosperidad inagotable, el costo humano es terrible. Un caso típico fue la dictadura de Pinochet en Chile. Además, esta prosperidad suele encontrarse más pronto que tarde con un precipicio. Un caso excepcional en este respecto es el de Singapur.

En 1965, Singapur se convirtió en un estado autónomo, independiente de Malasia y del dominio británico. Entonces nadie esperaba que esa diminuta isla de pocos recursos naturales se convirtiera en uno de los países más ricos del mundo, según el poder adquisitivo de sus habitantes. La clave fue el gobierno de Lee Kuan Yew, quien ocupó el cargo de primer ministro por más de 30 años. Las reformas económicas propuestas por Lee Kuan Yew industrializaron rápidamente a Singapur siguiendo un modelo capitalista y liberal. Sin embargo, el costo social es cuestionable. El control de la población era total. La vida privada era una cuestión pública. Una de las prohibiciones más famosas para mantener impecable la ciudad de Singapur versa sobre el chicle. Este hábito repugnante de Occidente, como lo llamaba Lee Kuan Yew, sólo propiciaba una ciudad sucia y descuidada. Mejor no dar tentaciones. Pero, ¿cómo se consiguió semejante control? A través de castigos corporales y la prerrogativa gubernamental de detención de opositores sin tener que llevarlos a juicio. Esta es una de las razones por las cuales se dice que Singapur fue (¿es?) una dictadura encubierta. Eso sí, en las calles de Singapur no hay chicle pegado. ¿Vale la pena la falta de libertades? Es pregunta.

Pero pocas dictaduras tienen finales felices. Haití fue gobernada por una dictadura y es el país más pobre de América Latina. En 1957, François Duvalier, también conocido como Papa Doc, mote ganado durante sus labores médicas en hospitales rurales, fue elegido presidente constitucional. Pero en 1964 se nombró presidente vitalicio y gobernó hasta 1971. Se apoyó en el descontento de la población negra haitiana y su oposición a la élite mulata para contar con la aceptación de la mayor parte de la población. Además, se aprovechó de la creencia en el vudú para atemorizar a la población. Papa Doc se hizo de un cuerpo militar personal popularmente conocido como Tonton Macoute, término perteneciente a la tradición vudú que refiere a un personaje similar al Coco, que secuestra y devora niños. Para eliminar a los adversarios a su régimen, Papa Doc utilizó el asesinato como un medio de control. Pero su reinado de terror terminó en 1971, año en que murió por complicaciones de diabetes. Le sucedió su hijo Jean-Claude Duvalier, conocido como Baby Doc. Pero el legado de su padre fue un país sumido en el analfabetismo, con terribles deficiencias del sector de salud y un pésimo horizonte económico. Hoy Haiti es una democracia frágil y pobre.

Muy pocos países logran transitar de una dictadura a una democracia de manera tersa. Una excepción fue España. Además, en no pocos países, tras el derrocamientos del dictador, la dictadura ha regresado de manera encubierta o menos encubierta. Así le sucedió, por ejemplo, a Nicaragua. Al final del día, el panorama no es adelantador. Los dictadores se nutren del descontento, de la desigualdad, de la lucha de clases, de afán de lucro, de los prejuicios, de la intolerancia. Por eso, la mejor vacuna contra las dictaduras se compone de justicia social y una sólida y crítica clase media.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana