Cada quién queda ante la historia como quiere y como puede, lo de Juan Carlos Osorio ante el futbol mexicano, hoy está claro, no pasará de un episodio digno de talk show, ya puede exigirse que pase el desgraciado o gritarse la muletilla más a mano.

¿Pudo ser distinto? Difícil con un personaje que nunca gozó de legitimidad y menos se ayudó. Acaso si un entrenador multilaureado en los mayores niveles hubiese pretendido persuadirnos de que todo ha de hacerse distinto a como siempre se ha hecho, le habríamos ofrecido algo de crédito. Sin embargo, con un personaje casi nulo en reputación, cuyo listado de logros sólo era tan grande como su verborrea y terquedad, no resultaba misión sencilla.

Rey de los partidos en los que había mucho mañana, solventes sus resultados en fases no definitivas, fracasó cada que enfrentó cotejos decisivos. En la espeluznante Copa América Centenario goleado por Chile, en la Confederaciones 2017 borrado de la cancha por un equipo alternativo alemán, en la bochornosa Copa Oro 2017 vencido por Jamaica, en la eliminación de Rusia 2018 a manos de Brasil.

Traigo eso a colación porque hoy pareciera que Osorio nunca supo a dónde llegaba o para qué se le contrataba. Desde hace un buen rato, el Tri se ha especializado en obtener grandes marcadores en rondas iniciales. Victorias sobre Argentina, Francia o Brasil; empates ante Italia, Holanda, incluso con la misma verdeamarela y jugando el Mundial en su casa. Bajo ese prisma tampoco resultó tan extraña la victoria sobre Alemania en Luzhniki, que lo de verdad distinto habría sido que Osorio llevara a la selección a ganar un cotejo de etapa definitiva en un Mundial (único precedente, excepción que confirma regla, aquel sobre Bulgaria en 1986).

Esa declaración de que él sí estaba listo para superar a Brasil en octavos, aunque no así sus jugadores, que les faltaba valor moral, que no estaban al nivel de sus rivales, es patética. Por regresar a debates de un par de años atrás, Osorio se ganó frente a Alemania el depender de sí mismo para evitar a Brasil y luego desperdició ese privilegio cayendo con Suecia. Así que si tan claro le quedaba que sus dirigidos no podrían escalar el Everest brasileño, su fracaso se gestó contra esos escandinavos que desnudaron su proyecto por enésima ocasión.

De fondo una camisa con la que nos quiso convencer de algo que ni siquiera él estaba cierto: que no había excusas. Para quien nada aprende siempre las habrá, escuchada su última entrevista nada aprendió. Una entrevista tan burda como su pretensión de estar hablando portugués por recurrir a una palabra en ese idioma a cada cuatro oraciones.

No sucede a menudo, pero al final la afición tuvo razón al no cederle confianza ni legitimidad. Los que se equivocaron y hoy pueden sentirse traicionados, son los jugadores. Quién iba a decirles que tras tanto apoyarlo, Osorio zanjaría todo echándoles la culpa… y no por admitir que Brasil disponía de mayores cracks (eso lo sabíamos todos) sino por sugerirse superior a ellos cuando todos sabíamos que esa generación era mucho mejor que el guía que se le asignó.

 

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