Héctor Zagal
 

El Titanic se hundió la noche del 14 al 15 de abril de 1912 durante su viaje inaugural. Como otros barcos de su época, no llevaba suficientes lanchas para todos los pasajeros y tripulantes. Así que cuando la situación se vio insalvable, el capitán tomó la decisión de abandonar a cientos de pasajeros a su suerte. Utilizó un criterio aceptado en la época: “Mujeres y niños primeros”. Cada lancha contaba al menos con un tripulante; lo estrictamente indispensable para remar y mantener el bote a salvo. Este criterio asumía que las mujeres y los niños, por ser menos fuertes físicamente, tenían menos posibilidades de sobrevivir por sí solos. Los varones, en cambio, tendrían alguna posibilidad de sobrevivir en aquellas aguas heladas. Una mujer de 65 años tenía casi asegurado su lugar en las lanchas salvavidas, no así un muchacho de 21.

Pero los tiempos cambian. Hoy se considera que un anciano tiene menos derecho a la vida que un joven. Veamos porqué.

Prácticamente en todo el mundo, el sistema de salud ha sido insuficiente para atender a todos los enfermos graves. México no será la excepción. Harán falta muchas camas de terapia intensiva. ¿Cuántas? Me temo que miles. Sin las atenciones de terapia intensiva, lo más probable es que un enfermo grave muera. ¿Alguien deberá de tomar la decisión y elegir a quién le dan cama y a quién no? ¿O deberíamos utilizar el viejo principio de “primero en tiempo, primero en derecho”? Según este principio, cuando dos enfermos se encuentran igualmente graves y sólo se puede atender a uno, se comienza por atender a quien llegó primero a la sala de emergencia. De esta manera, se evade calificar una vida como más valiosa que otra. ¿Ustedes que decidirían? ¿Hay vidas más valiosas que otras? ¿Vale más la vida de un joven que la de un anciano?   

Al parecer, en México alguien ya tomó la decisión, sin que la opinión pública pusiera la suficiente atención en el asunto. La Comisión de Ética del Consejo de Seguridad General publicó una Guía Bioética de Asignación de Recursos en Medicina Crítica. El texto, del que existieron dos versiones (quizá aparezca una tercera), fue cuestionado en forma y fondo por muchos académicos y científicos, entre ellos mi amigo, el filósofo Guillermo Hurtado, quien llamó mi atención sobre el tema. La guía es, en esencia, una adaptación de un documento elaborado en la Universidad de Pittsburg. No entraré en la discusión formal, es decir, en cómo y quiénes aprobaron la Guía, ni en que estado se encuentra la discusión procesual sobre ella. Me concentraré en el espíritu filosófico de quienes redactaron la Guía.

Para comenzar, el señor de la vida y de la muerte en los hospitales, no será el médico tratante, sino un “oficial de triaje”. Al menos así era en las primeras versiones de la Guía. La propuesta pretende conseguir dos objetivos: 1) salvar la mayor cantidad de vidas, y 2) salvar la mayor cantidad de años-vida. Según este criterio, una persona de 66 años “vale” 10 años-vida, porque la expectativa de vida del mexicano promedio es de 76 años; por el contrario, un muchacho de 20 “vale” 56 por las mismas razones. Así que ya saben. Saquen sus cuentas.

En términos prácticos, se dejará morir a una persona de 66 años con los achaques propios de la edad por preferir a un joven sano de 15, independientemente de si el señor de 66 mantenga a una familia de cinco personas. Se dejará morir a un niño de 7 años, tratado por leucemia, frente a un muchacho de 18 años sano. Y según este criterio, se debería dar prioridad a un joven de 18 años frente a un funcionario público, digamos que de 66 años y con una cardiopatía de corazón, por muy alto que fuese el rango y responsabilidad de dicho hipotético funcionario. ¿O es que la Guía será aplicada exclusivamente a los no-funcionarios? En este caso, la Guía debería distinguir también entre adultos mayores que aportan al país y adultos jóvenes que purgan sentencias de decenas años en una cárcel. Las primeras versiones de la Guía sólo se centran en la cantidad: número de vidas, número de años-vida. No hay lugar en ellas para consideraciones cualitativas. ¿Qué les parece?

Este criterio no es enteramente nuevo. Se utilizaba empíricamente en algunos hospitales de campaña. No es fácil a decidir a quién salvar a la mitad de una guerra ni a la mitad de una pandemia. El criterio utilizado por la Guía no es sino una variación del principio utilitarista: la maximización cuantitativa de la vida. Si llegas al hospital en una situación crítica y faltan camas, el criterio serán los años de vida que te queden. ¿Tiene sentido que las personas de la tercera edad vayamos a un hospital en tales condiciones? ¿No sería preferible morir en nuestra casa que morir solos en un galerón, sin nadie que nos atienda adecuadamente? ¿No nos encontramos ante una desvalorización de la vejez? Vamos a ponerlo así. Si yo enfermo gravemente de coronavirus, difícilmente estaré con ustedes al final del verano. Conozco mi cuerpo. Necesitaría de un ventilador para recuperarme y no me lo darán. ¿Y ustedes?

¿Y si llevamos a los criterios de esta guía a otros ámbitos? ¿Por qué el Estado debe apoyar económicamente a los adultos mayores (con poco valor en años-vida) con preferencia a los jóvenes y a los niños? ¿No deberíamos focalizarnos en los jóvenes y marginar de los viejos? Seamos radicales, según el criterio utilitarista, a los viejos no les queda sino una corta vejez…

Pero llevemos el espíritu de la Guía más allá. Si el capitán del Titanic fuese un filosofo utilitarista, dejaría a los niños en el barco y subiría a las lanchas a los jóvenes de 21 años. Al fin y al cabo, en aquellos tiempos la mortalidad infantil era muy alta. En cambio, una persona que había alcanzado los 21 (sin antibióticos, si vacunas) tenía muchas más posibilidades de llegar a la vejez que un niño de 5 años. Las lanchas son para los más fuertes, no para los débiles. Ustedes, ¿qué piensan?

@hzagal

Profesor e investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana. Miembro del SNI II

 

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Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana