Se lee cada vez con más frecuencia que el Presidente tiene un comportamiento errático. Cómo negarlo. Primero, estuvo a nada de convertirse en una especie de revisionista pandémico, o sea, de decir que el virus no existe, que es un complot de los conservadores. Luego, como para reforzarlo, se fue al “mordisco tour”. Luego, por fin, le entró a lo de la sana distancia… Nomás que sin dejar de irse a pueblear.

Y no es sólo el coronavirus. A inicios de la semana prometió que en unos días anunciarían un paquete de medidas para amortiguar la crisis despiadada que se viene –y que provocó él, en gran medida–. Pero hace nada que impulsó y aplaudió la consulta chocolate sobre la cervecera, que ahuyentará sin remedio a esos inversionistas extranjeros que después, de manera asombrosa, dijo en la mañanera que mueren de ganas de invertir aquí. Igualmente, justificó sus resistencias al encierro con el argumento, cierto, de que la subsistencia de muchos mexicanos depende de que puedan salir a la calle cotidianamente a ganarse la vida, pero se negó a echarle una mano fiscal a esos miles y miles de empresas pequeñas y medianas que tienen contratados a millones de trabajadores, a los que además tendrán que seguir pagando aun cuando no recibirán ni la décima parte del dinero que recibían. El resultado: esos trabajadores acabarán en la calle, porque el dinero no se materializa por decreto, pero sus empleadores caerán, injustamente, en la ilegalidad. Para remate, llamó a sus adversarios a un mes de tregua, en nombre de la unidad, para un segundo después cargar de nuevo contra los conservadores.

Está errático, sí. Y sin embargo, en la raíz de esas contradicciones, esos bandazos, hay una constante: la búsqueda del aplauso. De la aceptación. El Presidente sigue de gira por varias razones, pero una fundamental es que necesita el abrazo, el coro que lo celebra, la selfie. Igualmente, una consulta pirata es un método de intimidación y ejercicio del poder, pero también una forma de aparentar que escuchas al pueblo, o sea, de caer bien, como es una forma de caer bien decir que vas a obligar a los patrones a pagar porque te preocupa, claro, el pueblo, cuando en realidad lo que haces es acabar con los empleos de ese pueblo.

No es nueva esta ansiedad presidencial por ser popular, desde luego. Lo que pasa es que ahora tiene el tinte de la desesperación. Y es que, fracaso a fracaso, la popularidad se le ha ido a pique. Es normal. La resistencia humana a la realidad es duradera, pero no eterna.

 

                                                                                                                                            @juliopatan09