Foto: Cuartoscuro / Archivo El estado tiene una responsabilidad de atender a esta población, pues esta emergencia impacta a todos, pero no de la misma manera a unas vidas que a otras  

En una plaza pública de Chalco, Estado de México, Karina recortaba el vestido negro que usaría para salir a trabajar esa noche. Era 24 de marzo, el mismo día en que el Gobierno Federal oficializó la fase dos ante la pandemia del COVID-19. Como puede, aplica las medidas de protección, pero quedarse en casa no es opción: o trabaja o no come.

 

La mujer trans de piel quemada por el sol tiene 50 años de edad. Es originaria de Honduras y vive al día de lo que saca como trabajadora sexual. Como ella, 31.3 millones de mexicanos que viven del comercio informal deben salir a trabajar.

 

Aunque la principal recomendación a nivel internacional es quedarse en casa para evitar la propagación del virus, que hasta el 26 de marzo había quitado la vida a ocho personas en México y a nivel global tenía una tasa de letalidad de 4.5%, estas personas no tienen otra opción.

 

“Es una cuarentena, me veo afectada en el aspecto de que yo por mi trabajo, por mi servicio sexual y por mi situación económica que estoy pasando, por el motivo de ser sola, no tener familia, vivir en un país que no es el mío, tengo que buscar la forma de salir adelante por mí misma y mi solución es la prostitución.

 

“Aunque no quiera tengo que salir a trabajar porque tengo que comer, tengo que seguir adelante”, explicaba mientras abría una lata de cerveza.

 

Cuando Karina Guerrero López terminó de cortar su vestido, comenzó a maquillarse: primero el polvo, después las cejas, el delineado, las pestañas, el rubor y los labios.

 

Esperaba que esa noche sí hubieran clientes; desde que inició la cuarentena disminuyó el número de servicios que brinda. Cuando le iba bien sacaba hasta 400 pesos por noche; ahora hay días que termina la jornada sin un peso.

 

La Secretaría de Salud anunció la Jornada Nacional de Sana Distancia, que incluye una serie de acciones de distanciamiento social, del 23 de marzo al 19 de abril. Esta medida de protección no aplica para Karina, aunque sí sigue algunas recomendaciones.

 

“He tomado las medidas (…) Aunque esté la cuarentena del coronavirus yo he estado saliendo a trabajar, pero voy precavida, llevo mis preservativos, mi gel antibacterial para desinfectarme las manos al tener contacto sexual, no tener contacto de besos con la persona con quien tengo el sexoservicio”, explicaba quien desde los 16 años huyó de casa porque no aceptaban que ella se identificara como mujer.

 

Después de abandonar su vivienda en Honduras deambuló por varias ciudades y países hasta que llegó a México, donde después de varios años fue condenada a siete años por apuñalar a su entonces pareja. En el Reclusorio Varonil Oriente conoció a Kenya Cytlaly Cuevas Fuentes, mujer transgénero directora de la Casa de las Muñecas Tiresias.

 

Cuarentena, medida preventiva de privilegio de clase

 

La tarde del 24 de marzo, Kenya tomaba un descanso e invitó a sus compañeras a pasar la tarde con ella. Después de hacer el súper, regresar a casa en taxi y comer un pollo asado en el parque cercano a su casa en Chalco, comentaba que las medidas que ha tomado el gobierno han invisibilizado a las poblaciones más vulnerables del país.

 

“Sabemos que hay personas en situaciones deplorables, de violencia, en el trabajo sexual y que en gran parte de esta población también están involucradas las personas trans (…) Ellos no han pensado en las personas que no tienen y que viven al día a día”, expresó.

 

La casa de Kenya destaca de las demás: está bardeada con una reja verde, con cámaras de seguridad y alarmas. Es beneficiaria del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas porque el 30 de septiembre de 2016 presenció el asesinato de su amiga Paola Buenrostro.

 

En el camino por obtener justicia para su amiga creó la asociación Casa de las Muñecas Tiresias. Ahora, Kenya es una de las mayores activistas en favor de los derechos de la comunidad trans en el país.

 

Ese 24 de marzo, pese a su descanso, recibió la noticia de una mujer trans asesinada en la Ciudad de México y el proceso comenzó: una llamada tras otra a autoridades de la Ciudad de México para que le entregaran el cuerpo y darle sepultura.

 

La activista explicaba que las personas trans que ejercen el trabajo sexual tienen que vivir en pensiones, en hoteles, lo cual les impide encerrarse en cuarentena, porque no tendrían su propio dinero para pagar la renta ni algo que comer.

 

Calificaba las medidas como alarmantes porque afectan a un gran número de población: trabajadores ambulantes, de comida, personas indigentes que no tienen un domicilio y hasta los propios albergues que tienen entrada y salida de personas.

 

“No estamos considerando estas vulnerabilidades. Siempre los programas o las contingencias van dirigidas a los que siempre han tenido. Quienes tienen un gran puesto, que pueden tener su mismo sueldo, o moverse en una computadora y trabajarlo desde casa. Eso es invisibilizar a todas estas poblaciones vulnerables”, juzgó.

 

Natalia Lane, coordinadora de proyectos del Centro de Apoyo a las Identidades Trans, coincidía con Kenya y comentó en entrevista telefónica que es importante que, ante la contingencia, se voltee a ver a las poblaciones más afectadas ante la crisis sanitaria.

 

Aunque las trabajadoras sexuales, tanto trans como cisgénero, han implementado sus propias estrategias de autocuidado -como evitar atender a clientes que tengan síntomas de gripa, tos o fiebre o que hayan viajado al extranjero, mantener cierta distancia, evitar los besos- la poca afluencia de clientes es otro factor que, como a Karina, las ha afectado, sobre todo a quienes son adultas mayores.

 

Piden no criminalizar a las trabajadoras sexuales

 

Ante el panorama que enfrentan las trabajadoras sexuales, que de por sí son discriminadas por su labor, la activista Natalia Lane pide la no criminalización de las mujeres que decidan trabajar en la calle.

 

“Hay una especie de postura conservadora y que viene desde el privilegio de decir: vamos a quedarnos en casa, ver Netflix, a echarnos un maratón de películas cuando hay personas que no podemos dejar de trabajar y que, desde el privilegio, es muy fácil decir que son personas irresponsables, personas que no atienden su salud.

 

“Pero cuando tú te das cuenta que las compañeras trabajadoras sexuales adultas mayores necesitan pagar una habitación de hotel, cubrir sus gastos de alimentación porque, al ser más grandes, ya no van a trabajar de la misma manera que una compañera de 20 años, comprendes su situación”, expresó.

 

Señaló también que el estado tiene una responsabilidad de atender a esta población, pues esta emergencia impacta a todos, pero no de la misma manera a unas vidas que a otras.

 

“Por eso se habla de que hay vidas que importan más y hay vidas que importan menos. La idea es que todas las vidas importen”, reflexionó la activista; como la filósofa estadounidense Judith Butler, quien aseguraba en uno de sus más recientes escritos sobre la pandemia que el virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacen modelados como están por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.

 

“Es probable que en el próximo año seamos testigos de un escenario doloroso en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a vivir a expensas de otros”, opinaba Butler y preveía que esto vuelve a inscribir la distinción de aquellos quienes a toda costa serán protegidos y vidas que se considera que no valen la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte.

 

MGL