Quizá la idea era ir pateando el bote a lo largo de los años, en medio de un escenario donde se veía un mundo financiero tranquilo, y así logar que aquellos electores que decidieron su voto en las presidenciales de 2018, porque el hoy partido gobernante les prometió gasolinas baratas, olvidaran ese compromiso.

Pero no, tenía que llegar la pandemia del coronavirus Covid-19 a echarlo todo a perder.

Ese enorme desajuste en los mercados financieros que provocó la enfermedad desató un pleito que estaba listo para estallar y que no aguantó más. Dos de los principales productores de petróleo en el mundo decidieron imponer su ley en ese mercado de energéticos y tiraron los precios internacionales de los hidrocarburos.

Andrés Manuel López Obrador aprovechó, en su tercera campaña presidencial, esta inestabilidad propia del mercado petrolero para engatusar a los electores con la promesa de que tan pronto como llegara al poder, bajaría los precios de las gasolinas.

Y claro, el Gobierno de Enrique Peña Nieto poco se ayudó con aquel torpe manejo de la liberación de los precios de las gasolinas, justo en el momento en que se disparaban los precios del petróleo a principios de 2017.

El precio de las gasolinas debe ser fijado por el mercado y los consumidores deberían acostumbrarse a que esos precios pueden subir o bajar por muchas razones.

Ahora resulta que una vez que ya había pagado el precio de la liberación de precios el Gobierno pasado y que en buena medida lo pagó con la pérdida de las elecciones presidenciales, llegó esta nueva administración a reestablecer el control de precios.

Y lo hizo dejando los altos impuestos de los Gobiernos neoliberales, porfiristas y tecnócratas del pasado, pero con el añadido de que, si llegaban a bajar los precios de las gasolinas, tal cual ocurre en estos momentos, los consumidores no habrían de gozar de ese privilegio.

Claro, no contaban con esta guerra de precios del petróleo. Porque con ella se evidenció que aquello de bajar de inmediato los precios de las gasolinas es la peor de las promesas incumplidas de la 4T.

Y van los numeritos. Hoy con todo y el incremento del dólar hasta los 21 pesos, cada litro de gasolina regular cuesta en Texas 11 pesos. De ese Estado de la unión americana importamos la gasolina que se vende en México, incluso en esas soberanas y patriotas gasolineras de Pemex.

En la Ciudad de México cada litro de Magna cuesta 20.50 pesos. Casi el doble.

El control de precios de este Gobierno incumple la promesa presidencial, pero también hace que se usen recursos de las finanzas públicas en esos pocos momentos en que la gasolina ha estado más cara en el mundo.

Pero ahora mismo, ese control de precios hace que el Gobierno meta la mano al bolsillo de los consumidores y por cada litro de gasolina se lleve cinco pesos de impuesto especial, el IVA del 16% y ahora no menos de ocho pesos por litro por lo barata que está la gasolina en Estados Unidos.

                                                                                                                                @campossuarez