José Ureña
 

La falta de medicamentos se ha convertido en alarma nacional.

Hay muchas maneras de medirla.

La principal de ellas son los muertos, a cuya estadística las autoridades sanitarias no han puesto atención y no es posible documentarlas, porque se oculta y en su mayoría son fallecidos inmersos sólo en el dolor familiar.

Los hospitales gubernamentales, a cuyas puertas y ventanillas miles de demandantes –padres de familia, tutores y aun enfermos- hacen cola en espera de atención o, lo mismo da, del surtimiento de su receta.

La desesperación de padres de familia expresada en marchas, pintas y declaraciones, muchas de ellas a las puertas de Palacio Nacional mientras se anuncia un abasto regular en todo el sistema de salud.

El llanto mientras intentan reunir entre amigos y vecinos un poco de dinero para comprar los fármacos sobre los cuales montan su esperanza de la vida propia, de los niños, las niñas o parientes en desgracia.

O bien, en denuncias públicas en las instancias creadas para ese fin por las instituciones nacionales.

Aquí está la nota.

SOLICITUDES DE INFORMACIÓN

Son asuntos de época, de crisis, dicen algunos.

Pero los institutos de Transparencia y Acceso a la Información pueden dar datos de cómo se han multiplicado las solicitudes de información sobre la circunstancia actual del sistema de salud pública.

El detonante, todos lo sabemos porque se ha subestimado desde el poder, es la carencia de medicinas para las decenas de miles de pacientes -tanto adultos como mayores- para el tratamiento de cáncer.

El déficit es para muchas atenciones –otras enfermedades sumamente graves son las infecciones de seropositivos, síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida) y diabetes– pero la atención está centrada en las marchas de niños con cáncer terminal.

Ya han muerto varios de ellos.

El tema es otro.

Tanto el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai) y sus correspondientes en los estados, en la Ciudad de México el Instituto de Transparencia, Acceso a la Información Pública, Protección de Datos Personales y Rendición de Cuentas de la Ciudad de México.

De verdad, así se llaman y sus titulares son respectivamente Francisco Javier Acuña y Julio César Bonilla Gutiérrez.

La búsqueda de información sobre atención, disponibilidad de servicio, disposición de medicamentos, etcétera, ha pasado a los primeros lugares de solicitudes.

Cientos de miles.

Es, dicho en términos transparentes, un juicio al sistema de salud pública.

VENDEN LA CASA DE GOBIERNO

El ejemplo federal no ha cundido en los estados.

Si en la capital del país se convirtió en museo y sala de conciertos la residencia presidencial de Los Pinos, en los estados no ha pasado así.

Los mandatarios estatales por lo regular utilizan las casas de Gobierno y nadie reclama porque ha sido la costumbre y ellos no quieren abandonar la comodidad.

Ni los morenistas desprecian semejante tesoro.

Quien sí está dispuesto a deshacerse de esa residencia es el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, y analiza qué hacer con ella.

Ha esbozado la posibilidad de venderla.

¿O rifarla para sacarle jugo mediático como al avión presidencial?

Él sabrá, pero sería el primero en seguir el ejemplo de su amigo el Presidente.

LEG

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