Pensar que en esta época un clásico español va a carecer de tensión política sólo por disputarse con dos meses de posposición, es casi como creer en hadas madrinas. Guste o no, se considere invasivo del deporte o parte intrínseca de él, se pretenda erradicar con más o menos esmero, eso es inevitable y más cuando el Barcelona enfrenta al Real Madrid.
Si todas las heridas del complejo siglo pasado en España solían retratarse a cabalidad en esa rivalidad, pues resulta que en lo que llevamos de este siglo se han acumulado todavía más.
Hoy no hace falta remitirse a la represión de la dictadura de Primo de Ribera hacia el Barça (la clausura de su estadio por pitar la Marcha Real) ni al fusilamiento del presidente blaugrana, Josep Sunyol, en la Guerra Civil, ni a los afanes franquistas de rebautizar al club como España (¡así de sutil!). No hace falta porque los últimos años han sido en especial convulsos.
Nos equivocamos los ilusos que al ver a Xavi y Puyol ondeando una bandera catalana en la coronación española en Sudáfrica 2010 (nada que recriminar, considerando que lo mismo podía hacer un coruñés con la de Galicia o un sevillano con la de Andalucía), pensamos que eso abría la pauta para que España supiera ser una y muchas a la vez.
A una década, la página más dorada en la historia del futbol español no sirvió como pegamento o sutura para ese país al que José Ortega y Gasset llamara en un libro, España Invertebrada. Vértebras que, si no existen en la sociedad, es difícil que emerjan desde los estadios.
Esa imposibilidad de jugar el clásico cuando correspondía, al haber coincidido en el tiempo con las sentencias de prisión de quienes organizaron el referéndum por la independencia catalana (mismo que el estado español considera anticonstitucional), no fue más que la manera más clara de admitir una derrota. La incapacidad para cohabitar quienes poseen opiniones distintas, el fracaso en el ponerse de acuerdo o atreverse a buscar una conciliación.
Dos meses después, el clásico será una ventana obvia para proyectar esa tensión hacia el extranjero. Si tiempo atrás se colocaban mosaicos en el Camp Nou con la frase Catalonia is not Spain (Cataluña no es España, pero en inglés, para que cada rincón de la audiencia lo entienda), esta vez no será la excepción.
Y como rival el Real Madrid, ese equipo convertido por el tiempo en la personificación de la centralización española y como símbolo de la fuerza impuesta desde la capital, olvidándose que en la Guerra Civil, casi un siglo atrás, se le solía identificar con la República. Como muestra, un ofensivo recorte de prensa de 1938: “En la mayoría de los casos, el madridista era un bizcaitarra de Madrid; es decir, un localista, un retrasado mental a los límites nacionales”.