El fenómeno se lo debemos a Greta Thunberg. ¿Excesivo? Tal vez, pero ya tiene millones de seguidores, porque las ideas de Greta prenden como reguero de pólvora, sobre todo ahora, cuando la revista Time coloca en su portada a esta joven heroína climática sueca como la “personalidad del año”. Con la fama internacional -que ya compite con la de sus compatriotas del icónico grupo pop ABBA- resulta más fácil movilizar a dirigentes políticos, estudiantes, empresarios y hasta los “gurús” de la economía para denunciar la emergencia climática.

Bien se sabe que Greta no viaja en avión, elige medios alternativos para reducir su huella de carbono. Y además, exhorta a los demás a seguir su comportamiento, pues en avión un pasajero emite 300 gramos de dióxido de carbono (CO2) por kilómetro, en comparación con 14 gramos emitidos si se desplaza en tren. Como es lógico, surgió el dilema ético: “¿debo o no tomar el avión?”. En Suecia, el quebradero tomó proporciones insospechadas. Al

punto que se forjó el ahora muy popular a nivel global término flygskam o “la vergüenza de volar”, que hace temblar a la industria de la aviación.

Después llegó el köpskam, que significa, literalmente, “la vergüenza de comprar ropa”. Curiosamente, la tendencia brotó en el país que creó el concepto mismo de “fast fashion” y lo expandió por todos los continentes a través del gigante textil de “moda desechable” de consumo masivo y a bajo costo, el grupo H&M, más sueco que ABBA, Ikea, Volvo y la Academia de los Premios Nobel juntos.

Pasas delante de un escaparate, ves un atuendo mono nada caro, casi entras a la tienda para comprártelo. De pronto la conciencia le pone freno a tu bulimia textil. Te acuerdas lo que tanto se dijo en las cumbres del clima: que la producción de ropa y calzado representa el 10% de las emisiones de CO2 y 20% de las aguas residuales en todo el mundo, que gastar en piezas que no necesitas es una irresponsabilidad ecológica. Leíste infinidad de veces que tan solo para fabricar un pantalón de mezclilla Se utilizan hasta 16 litros de agua y 10 litros de sustancias químicas… y tomas la decisión de alejarte de la tienda.

Una decisión genial para la salud del planeta, y aparte, para estar muy in. Resulta que la tendencia oriunda del país escandinavo ya irrumpió con fuerza en la llamada “capital mundial de la moda”, París. Lo estoy viendo con mis propios ojos: ahora la moda, también en la Ciudad Luz, es no comprar, usar ropa usada, lucir un closet semi vacío. Que las prendas tengan una segunda vida le da un valor añadido.

Köpskam gana terreno entre todas la generaciones. Hace poco la octogenaria Jane Fonda ha gritado a los cuatro vientos que un lujoso abrigo color rojo pasión por el que pagó unos 600 dólares en una tienda chic era la última que se compraba. Punto. No necesitamos tener de todo y para todas las ocasiones.