El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene como plazo constitucional del 1 de diciembre de 2018 al 30 de noviembre de 2024. Sin embargo, al menos al inicio, su Gobierno empezó de facto varios meses antes.

Enrique Peña Nieto renunció a gobernar tan pronto como aceptó su derrota electoral. Pero el clímax del Gobierno informal del entonces presidente electo López Obrador se dio con el montaje de la consulta ciudadana con la que justificó su personalísimo deseo de tumbar la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco.

Cuando se mide el desempeño económico del actual Gobierno es indispensable partir de este capítulo para platicar esa historia y no propiamente de la fecha constitucional que se conmemora este próximo domingo.

Antes de la equivocada decisión de octubre del año pasado de cancelar el aeropuerto de Texcoco y con el añadido del primer intento de Ricardo Monreal de que los bancos regalen su trabajo, las expectativas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) eran de tener este año un crecimiento de 2%. Incluso, tras los mensajes políticos de tener una tersa transición del poder, empezaban a subir.

Pero aquel error de octubre marcó un punto de inflexión que llevó a las expectativas a los niveles actuales de esperar un crecimiento del cero por ciento, tal como lo acaba de publicar el Fondo Monetario Internacional.

Esos fueron los analistas de mala fe, podrán contestar aquellos que ven otros datos y aprecian que la economía va requetebién. La realidad es que los datos oficiales avalan un resultado más pesimista que las expectativas.

Durante todo el año, las advertencias de la profunda desaceleración fueron denostadas y los expertos que avisaban sobre esta condición fueron insultados desde las más altas esferas gubernamentales. Ojalá realmente se hubieran equivocado. Pero no, se quedaron cortos.
Entonces, en lo que va de este Gobierno, los datos económicos no han hecho otra cosa que deteriorarse. Sí, el primer año del presidente López Obrador en términos económicos es un año perdido.

Pero tiene hasta ahora una característica que debería aquilatar la 4T para cambiar lo que hoy esté a su alcance. La estabilidad macroeconómica, que ciertamente procuró el Gobierno en el manejo presupuestal, más la responsable política monetaria y la resiliencia que ha conseguido la economía mexicana.

Se han dejado de crear empleos, pero no hay problemas serios de desocupación en la economía mexicana, los niveles de confianza del consumidor se mezclan con los niveles de popularidad presidencial y se mantienen elevados. La inflación en lo que va del año ha logrado ubicarse en el sitio donde la quiere el Banco de México.

Se mantiene el grado de inversión, los capitales extranjeros fluyen, los mercados financieros están estables, hay paz social. En fin, a pesar del nulo crecimiento, México mantiene valores indispensables para superar el bache.

El problema es que no parece haber un cambio de estrategia, el paquete económico de 2020 va en la misma línea de estancamiento, el rumbo de las decisiones gubernamentales no parece enfocarse a la creación de confianza y estabilidad.
En este camino, no tardará mucho tiempo en que esos números estadísticas de cero crecimiento se empiecen a sentir en el bolsillo.