El presidente Andrés Manuel López Obrador perdió los estribos y escogió de enemigo personal –no del Estado mexicano- a la prensa.

“Muerden la mano de quien les quitó el bozal’’, dijo tras un intercambio verbal fuerte, hasta agresivo, con reporteros que cubren las conferencias mañaneras.

Aunque el insulto lo justificó, como es costumbre, con una interpretación personal de un hecho histórico –la frase es de Gustavo Madero, hermano de Francisco I. Madero-, en sus “benditas redes sociales’’ tuvo repercusión al grado de generar tres #hastags, #prensaprostituida, #prensasicaria y #prensacorrupta que fueron tendencia todo el día.

¿Tienen la culpa los reporteros por preguntar lo que a su juicio no está suficientemente claro? Esa es su labor.

¿Hubo exceso en los intercambios verbales entre reporteros y el Presidente?

Puede ser, pero lo mismo han ocurrido preguntas vergonzantes como esa de compararlo con un corredor keniano, o la realizada por un pseudo reportero encargado de linchar al periodista Jorge Ramos por cuestionar las cifras de inseguridad en el país.

En todo caso, el único responsable de esa dinámica es el propio López Obrador.

Su esquema de comunicación ya demostró su desgaste; el Presidente habla de todo pero informa de muy poco; las conferencias se han convertido en foro de consignas político-religiosas que entre tanta palabrería soslayan los asuntos importantes del país.

Nada ha dicho, por ejemplo, de los resultados del tercer trimestre del año en materia económica; nada dice sobre el incremento brutal de los índices delictivos, ni de la precaria situación que se viven en muchos municipios por la reducción presupuestal.

Su pretendido ejercicio de transparencia sobre los hechos en Culiacán que ya sabemos como terminaron, arrojó más dudas que respuestas y, lo peor, terminó en la delación del militar encargado de la fallida operación, lo que puso en riesgo su vida y la de su familia.

Las mañaneras ofrecen mucha doctrina pero poca información; han servido para señalar culpables, para acusar a quienes no piensan como el presidente.

Más que informativas, las conferencias de López Obrador se convierten en un tribunal, cuyas decisiones se replican por horas –a veces días-, en las redes sociales que tan bien manejan sus seguidores.

El presidente escogió ayer a la prensa como su enemiga, incluso al periódico La Jornada, cuya directora es su comadre.

Pero se equivoca, no es la prensa a quien debe combatir; solo se desgasta y pierde tiempo.

No se trata de conculcar el derecho presidencial de decir lo que quiera, pero si él mismo promovió el actual modelo de comunicación institucional, que no se enoje o entonces lo modifique.

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Hoy rindió protesta el polémico Jaime Bonilla, gobernador electo de Baja California por dos años aunque, como sabe, disputa en tribunales que su período se alargue a cinco años.

La decisión de convalidar o no “el regalo’’ que le hizo el Congreso local a Bonilla, al extender tres años el mandato, recae en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que admitió a trámite varios recursos de inconstitucionalidad, entre ellos el presentado por el resto de los candidatos que compitieron en la elección.

La legalidad de la elección que ganó Bonilla no está a discusión, por eso la Corte se negó a cancelar la toma de protesta que ocurrirá hoy; el debate es la extensión del periodo.

A ver.