Durante más de un siglo hubo esperanza en el compartir balón. Tanta esperanza como divisiones, aunque esperanza al fin.
Porque, por onda que fuera la polarización política, al menos madridistas y barcelonistas admitían encontrarse en una cancha para jugar bajo reglas comunes. Ya con el suizo Hans Gamper, fundador blaugrana, exiliado por su independentismo. Ya con Primo de Ribera clausurando el estadio del Barça por silbar el himno nacional. Ya con el fusilamiento del llamado presidente-mártir, Josep Sunyol, al inicio de la Guerra Civil.
Ya con el franquismo intentando cambiar el nombre al Barcelona por España. Ya con el propio Franco haciendo ciertas concesiones a fin de que se erigiera el Camp Nou. Ya con ese estadio transformado en último reducto donde se hablaba catalán en la dictadura y el primero en el que se ondearía la bandera catalana una vez muerto el tirano. Ya con la frase del escritor Manuel Vázquez Montalbán calificando a esa institución como “la eterna, sistemática reserva espiritual de Cataluña, para tiempos prohibidos”.
Pero, ¿qué tiene que ver el Real Madrid? Todo o nada, según se vea. Porque hoy es visto como bandera del centralismo español, como símbolo de la fuerza impuesta desde la capital, como presunto beneficiario del régimen al acaso haber intercedido Franco para que Alfredo Di Stéfano no vistiera de azulgrana, como embajador del país en tiempos tan siniestros como el franquismo –esta frase de un ministro franquista como muestra: “Gente que nos odiaba ahora nos comprende, gracias a vosotros porque rompisteis muchas murallas”.
Un Madrid que, sin embargo, no era monárquico ni, mucho menos, franquista, según aclara el escritor Javier Marías: “La gente de izquierdas y la republicana, los derrotados de la Guerra Civil, preferían al Madrid sobre el Atlético (…) El Madrid llevaba en su nombre el de la ciudad asediada y bombardeada, mientras que el Atlético Aviación (como se llamaba en sus orígenes el Atleti), era el equipo de los pilotos franquistas, justamente los que se habían dedicado a bombardear la capital con saña”. Algo palpable en el primer número del Diario Marca (21 de diciembre de 1938) en el que se critica la relación merengue con los autonomistas vascos y su falta de compromiso nacional: “En la mayoría de los casos, el madridista era un bizcaitarra de Madrid; es decir, un localista, un retrasado mental a los límites nacionales”.
Ya después, coronado el Madrid en las primeras ediciones de la Copa de Campeones de Europa, Santiago Bernabéu se prestó para completar la trilogía de personajes que legitimarían a Franco: junto al papa Pío XII y el presidente estadounidense Dwight Eisenhower, esa oncena serviría para reintroducir a España en la comunidad internacional.
Historia compleja en la que apenas hemos hablado de césped. Historia en la que el punto de encuentro, ríspido pero encuentro al fin, fueron por más de cien años esos goles celebrados o lamentados. Historia que este fin de semana debió vivir un clásico más que por ahora simplemente no puede ser: hoy ni la más ríspida comunicación es posible entre parte de los españoles y parte de los catalanes, entre lo que muchos creen que los dos equipos representan, entre la esencia real o impostada de esos escudos. En diciembre ya se verá, mas no hace falta ser pesimista para concluir que, a este paso, entonces todo tiende a ser aun peor.
Twitter/albertolati