Es extraño el evento deportivo que, a unas horas de su cierre, no es clamado como el mejor de la historia. Noción que nadie se atreverá a conceder a los Mundiales de atletismo que concluirán este fin de semana en Qatar.

Un desastre por donde se le busque, con tribunas vacías incluso en momentos de máxima relevancia como la final de los 100 metros –por colocar un paralelo, en los Mundiales precedentes, efectuados en Londres en 2017, se hubiese podido vender varias veces el aforo del estadio para esa prueba; tan distinto, la imagen de la legendaria Shely Ann Fraser (dos veces oro olímpico en 100 metros) celebrando su nuevo título con su hijo en brazos, mientras que al fondo se ve un graderío sin gente.

Ha tenido que ver, indiscutiblemente, el conflicto que aleja a Qatar de sus vecinos, sin el cual no pocos aficionados hubiesen llegado a Doha desde Dubái, Abu Dabi, Bahréin, incluso su hoy enemigo mayor y cabeza del veto, Arabia Saudita. Sin embargo, eso no basta para explicarnos tan escaso interés en la nación sede de uno de los eventos más relevantes del deporte.

Más allá de la bajísima asistencia (en algunos casos, ni ocho mil personas), ha sido muy problemático el clima. Concedido el Mundial de futbol a Qatar sin que nadie en la FIFA atendiera el riesgo de las altas temperaturas (les bastó con saber que los estadios tendrían aire acondicionado, como si un certamen de esa dimensión no implicara calles, traslados, esperas a la intemperie), no quedó más remedio que desplazarlo a noviembre. Algo que no pasó por la cabeza de la IAAF, que pensó que era suficiente con agendar las competencias de ruta (maratón, marcha) en la madrugada. Pues no ha sido suficiente. En la maratón femenina, con una sensación térmica superior a los 40 grados centígrados, más de la tercera parte de las competidoras abandonaron, algunas requiriendo hospitalización.

No estamos hablando de una competición regional o de edad restringida (en las que, por supuesto, también sería deleznable arriesgar a los atletas), sino de todo un Mundial.

En la estrategia geopolítica de Qatar se incluye una importante penetración deportiva, ávida de beneficiarse del soft power o poder suave que ofrece el deporte. Pese a ello, estos Mundiales de atletismo no han favorecido en absoluto a la imagen que los qataríes pretenden lanzar por el planeta. Y no es sólo la culpa de la nación anfitriona, mucho antes lo es de la IAAF, acusada de corrupción al entregar esta sede y dramáticamente imprudente en esta organización.

Twitter/albertolati

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