El estancamiento de la economía mexicana se debe en gran medida a la severa contracción de la inversión privada y pública. Si hasta el momento no se ha registrado un crecimiento negativo, es gracias al comportamiento de las exportaciones y, en menor medida, al del consumo de las familias. Sin embargo, el dinamismo derivado del comercio internacional podría verse afectado si, como se anticipa, la aprobación del T-MEC en el Congreso de Estados Unidos se difiere y la desaceleración de la economía norteamericana se acentúa. Ante este escenario, la única manera de sortear el entorno adverso para nuestro país sería por medio de la reactivación de la inversión.

En este espacio señalé que México debe adquirir la vocación de crecer. Eso necesariamente requiere, entre otras cosas, un andamiaje institucional que privilegie “el gasto en infraestructura sobre otro tipo de erogaciones gubernamentales”. Lamentablemente, todos los niveles de gobierno juntos -municipios, estados y federación- invierten al año apenas un monto equivalente a 2.7% del PIB. ¡Sí! Sería deseable una mayor proporción, pero las instituciones públicas no están diseñadas para ello. Es más fácil crear burocracia que gestionar y ejecutar proyectos de infraestructura. Además de ser insuficiente, casi la totalidad de la inversión se destina a obras y equipo nuevos, y prácticamente nada para reponer la infraestructura pública depreciada. De ahí el evidente deterioro de calles, carreteras y sistemas de distribución de agua o de drenaje. Desafortunadamente, al Gobierno federal por sí solo, le es imposible incrementar el gasto en infraestructura más allá de lo propuesto en el proyecto de Presupuesto de Egresos 2020. Ese trabajo corresponde a estados y municipios que únicamente tendrían que reducir su gasto corriente y reasignar recursos a este rubro.

Debido a su incapacidad para invertir más, el Gobierno debe crear un ambiente de confianza que permita a las empresas detonar nuevos proyectos productivos y llevar el nivel de inversión privada de 17% a 19% del PIB. Las certezas para la inversión permitirán a la economía salir del estancamiento y regresar a tasas de crecimiento cercanas al 2% anual. Si, por el contrario, no se logra generar el entorno propicio para corregir el comportamiento de la inversión, es muy probable que en los siguientes trimestres empiecen a registrarse crecimientos negativos del PIB.