Imaginemos a un niño en cuyo primer recuerdo aparece al centro un ovoide.

Pasan los años, contemplando a su padre primero como mariscal de campo profesional de escaso éxito y luego como directivo siempre vinculado a este deporte. Etapa a etapa de su vida, la rutina se va dividiendo básicamente entre los ratos de jugar futbol americano y los ratos de pensarlo –ahí se incluye observar interminables horas de partidos, anhelando un día ser él quien esté en el emparrillado de la NFL, comandando una ofensiva, acaso para completar lo que papá dejó tan a medias.

Vienen dudas que sólo la adolescencia podrá disipar. ¿Su cuerpo crecerá lo suficiente como para ser elegible? ¿Tomará las decisiones idóneas? ¿Dispondrá de los apoyos adecuadas? ¿Responderá adecuadamente a la presión? ¿Estará en el lugar y el momento indicados? ¿Se le valorará en su justa medida?

Finalmente, los astros se alinean y entra en el camino que siempre soñó. Tanto que muchos le ven en la universidad como el mayor prospecto en décadas, que se comparan sus inicios con los de algunas de las mayores glorias. No defrauda una vez que pisa la NFL y en 2012 es el novato del año: cuánto ha trabajado, mas qué fácil luce todo, la ruta del predestinado.

Siete años después, siete escasos años, se retira. “No he podido vivir la vida que quiero”, ha dicho este domingo más que como declaración de despedida como grito de capitulación, bandera blanca que no se ondea sino se llora. Andrew Luck, el que se vio lo suficientemente iluminado como para seguir el único camino que quiso, el que puede contar más dólares de los imaginables, el que transformó el sueño en realidad, cae víctima de sus propios deseos: cuando un niño piensa en llegar al deporte de élite no se visualiza lesionado; acaso fallando el pase y echando a perder todo con una intercepción, acaso como héroe del equipo y alzando el trofeo Vince Lombardi, pero no adolorido en eternas sesiones de rehabilitación que no parecen encaminarse a nada y, de hecho, no remedian nada.

Un par de semanas antes de cumplir los treinta años que hacen definitiva la adultez, Luck se ha atrevido a enterrar el sueño del niño. “Mi única alternativa para ir hacia adelante era remover el futbol americano de mi vida”: remove, su verbo elegido en inglés, el mismo que se utiliza para aludir a quitar tumores de un organismo, a extraer algo que daña al cuerpo. Imposible para Luck, el estelar QB de Indianápolis, seguir. El hombre de apellido traducible como suerte, desciende a trompicones de esa rueda de la fortuna, negado ya a esperar que su carruaje vuelva a subir.

Bien aconsejaban los antiguos: es prudente temer a los sueños.

Twitter/albertolati

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