Luego de lo que ya se sabe de los incidentes del viernes pasado en la zona céntrica de la Ciudad de México y más allá del recuento de daños y el establecimiento de amenazas institucionales, lo que debe llamar la atención es la motivación detrás de los grupos radicales.

Hasta ahora se conocían los anarcos que reventaban protestas por represiones pasadas y su configuración era, hasta ahora lo sabemos, masculina. Pero el viernes vimos lo que podríamos caracterizar con el ala femenina de esos anarcos, con la misma furia destructiva.

Los dos principales datos quedan apenas registrados y merecen investigaciones posteriores.

1. Estamos en lo que el sociólogo alemán Enzensberger llamó “guerras civiles moleculares”, cuya suma debe preocupar.

2. Los partidos políticos se han dedicado a organizar a sus sectores sociales votantes y se han olvidado de grupos que han quedado al garete, lo mismo cooptados por la protesta social violenta que por el crimen organizado.

El problema de esa violencia social no es policiaco ni se resuelve con carpetas de investigación que no llevarán a ningún lado. Se necesita trabajo de organización política y gestión de Gobierno.

Son, además, segmentos medios que se burlan de las becas y que hasta ahora no parecen estar siendo cooptados por cárteles y bandas. Se trata, pues, de violencia social con repercusiones políticas.

El pasmo de las fuerzas de seguridad capitalinas mostró falta de entrenamiento ante motines sociales chicos y breves, pero no se resolverán con capacitación policiaca antimotines en grado de represión.

La única manera de contener esa inseguridad urbana es adelantando soluciones. El motín del viernes obligó al Gobierno de la CDMX a tomar decisiones en materia de violencia de género. Si se hubieran asumido antes, la violencia no habría estallado.

Hay momentos políticos en los que los “hubiera” son fundamentales.

Zona Zero

·         Los cuerpos de seguridad y los estamentos políticos no saben cómo lidiar con las nuevas expresiones de violencia social, y en los Estados Unidos, por ejemplo, están atrapados entre la ultraderecha, que asesina a migrantes en lugares públicos, y la ultraizquierda antifascista, que ataca a derechistas.