¿Qué tiene que pasar para que mujeres con trayectorias impecables sean desplazadas por hombres que rompen con los convencionalismos tradicionales? ¿Qué es lo que busca el electorado: una trayectoria sólida o un cúmulo de promesas inalcanzables? Ayer, en Estados Unidos, ahora en el Reino Unido, ¿cuáles son las diferencias y coincidencias entre la rígida y conservadora Theresa May y el excéntrico Boris Johnson? Hace un par de años, el mundo despertó sorprendido de que un candidato que no se tomaba en serio derrotara a una mujer con una sólida carrera como Hillary Clinton. Un nuevo capítulo nos lo ofrecen ahora los ingleses que permiten que dimita una mujer de ideas firmes e integridad a toda prueba, y se vuelcan para apoyar a un primer ministro que pareciera un bufón salido de alguna de las películas de los hermanos Marx.

Theresa May, hija única de un clérigo anglicano, es egresada de Oxford, ha llevado una vida convencional y sin tempestades. Casada desde 1980 con Philip May, se inició como asesora financiera en el Banco de Londres y después como concejal en un suburbio londinense; su trabajo constante y dedicación hicieron que el Partido Conservador la reclutara en sus filas, para de ahí arrancar una trayectoria ascendente: miembro del Parlamento, ministra del Interior y la Igualdad. Theresa es de causas, y una de ellas es la de abrir más espacios a las mujeres en el ámbito político, para lo cual fundó, en 2006, la organización Women2Win; sus cercanos la describen como una mujer de profundas convicciones, tenaz, trabajadora y al mismo tiempo dura, como lo fue Margaret Thatcher, su antecesora.

Boris Johnson, un hombre nacido en Nueva York, luce un pelo rubio desordenado y un aspecto desaliñado. Esta imagen, junto con su tono cómico, son ya referentes que describen al nuevo primer ministro del Reino Unido. Johnson es descendiente del Rey Jorge II de Inglaterra, y a pesar de que su padre trabajó para la Unión Europea, el terrible Boris no se detiene al calificarla como “burocracia demente”. Su biografía está plagada de tropiezos como aquel en el cual inventó una cita sobre un supuesto amante del rey Enrique II que incluyó en un artículo para The Times, lo que motivó que lo despidieran.

 

A pesar de esto, fue un articulista admirado por Margaret Thatcher. Alcalde de Londres hasta 2012, se le reconoce haber impulsado programas innovadores como las Boris Bike, un sistema de bicicletas en el centro de Londres; por otro lado, todavía se recuerda cuando se quedó atorado en un cable suspendido del London Eye, donde se subió para celebrar la primera medalla de oro ganada por los ingleses, en los Juegos Olímpicos de 2012. Es considerado el peor canciller que haya tenido el Reino Unido en los últimos tiempos. Hace unas semanas y en medio de su campaña electoral, la Policía fue alertada de una pelea en el departamento que comparte con su novia, Carrie Symonds.

A pesar de sus imágenes y trayectorias disímbolas, Theresa May y Boris Johnson son dos conservadores que están de acuerdo en un tema: la salida del Reino Unido de la Unión Europea, aunque ciertamente difieren en la forma: ella luchó por construir una salida negociada con el menor costo posible para todos; en el intento perdió el apoyo de la mayoría absoluta de los Conservadores representados en el Parlamento, afrontó dos mociones de censura y sólo pudo prorrogar la salida del Reino Unido, hasta el mes de octubre. Ahora, le cede la estafeta a un hombre que pocos toman en serio, quien ha expresado que las mujeres musulmanas parecen “buzones de correo o asaltantes de bancos” por cubrir sus rostros y que no ha aclarado cómo piensa negociar la salida de su país del concierto europeo.

 

A pesar de sus excentricidades y de las semejanzas físicas evidentes, aún sus críticos le conceden que tiene “mejores bromas y más cerebro” que Trump y que posee un toque de genialidad que recuerda a Churchill, sin llegar a serlo. Si como se prevé, el Brexit duro se impone como una ruptura y sus consecuencias son desastrosas, el tiempo le dará la razón a Theresa May, y con ella, a muchas mujeres que seriamente han luchado por sus ideas. De cualquier modo, ella lo adelantó en su discurso de dimisión, al recordarnos que había sido “la segunda mujer que ha ocupado el cargo de primer ministro, pero no la última”. Eso esperamos.